Acuña por los palos, por Fernando Vivas
Acuña por los palos, por Fernando Vivas
Fernando Vivas

Es la última sorpresa en la maratón. Aprovechó una curva en la que Keiko hacía pausas audaces, empezaba a meter la pata y Alan preparaba su lanzamiento. Y, ¡zas!, se metió por los palos con aire de “¿y yo, con este cacharro y con mis universidades, por qué no?”. Y subió de 4% a 6% –suena poco, pero es relativamente bastante– en los sondeos de Ipsos. 

¿Por qué no? En el 2006, , tímidamente, se puso de vicepresidente de un limeño blanquiñoso de buenos contactos, Natale Amprimo. Y le bancó la campaña a este ‘pollo crudo’. Pienso que la decepción toledista lo desanimó de presentarse como un nuevo ‘indio terco error de la estadística’. Toledo, al frivolizarse, arruinó la plaza a muchos candidatos con historias de éxito desde el relego rural (Acuña es del caserío de Ayaque en Cajamarca), la discriminación, el emprendedurismo provinciano y el clientelismo ambicioso.

El asunto a replantear hoy es que la historia de Acuña no tiene nada que ver con la de Toledo. No es un ‘crossover’, no traduce del inglés, no desposó a una rubia. No es un oportunista de la globalización, sino un emprendedor de aquicito nomás (aunque todavía falta mucho por investigar sobre la pulcritud de sus emprendimientos y ambiciones). Lo importante es que no solo agrupó entusiastas y auspiciadores detrás de sus sucesivas candidaturas regionales, sino que a partir de su consorcio universitario ha creado un aparato que, a partir de becas y trabajo de puerta en puerta, devino en el partido Alianza para el Progreso (APP). Su primer exégeta, , dice en su libro “Becas, bases y votos” (IEP, 2014) que APP “ha logrado posicionarse como una organización altamente competitiva dentro del mercado político en el que participan políticos sin partido y partidos sin candidatos [...]. En un contexto como el peruano, en el que no existen identidades políticas fuertes entre los electores y la militancia electoral es baja, la solución encontrada por APP debe compensar todo ello con una inversión intensiva en capital administrativo” (páginas 81-82).

Según Barrenechea, no habría partido sin hábil uso del aparato universitario y de la serie de fundaciones asistenciales que Acuña promueve en el norte. Pero no se trata de un simple abuso de recursos materiales de la educación (el ente de control universitario, la Sunedu, está desarmado al respecto y no puede sancionarlo), sino de proyección universitaria hacia sectores de la población –en especial dirigentes locales y gremiales– con hambre de cartón.

O sea, el uso de buses o aulas con fines partidarios es corregible (tengo en mis manos una resolución rectoral de la Universidad César Vallejo del 16 de octubre que prohíbe ese abuso). La campaña de Acuña está suficientemente organizada como para prescindir de esas abominaciones. De lo que no querrá prescindir por nada es de dar el mensaje de candidato factótum de la educación accesible. No es docto, ni siquiera cultivado (¡ha dicho que no lee!), pero lidera un consorcio que promete un exitismo que no es del Perú oficial, que no es de ‘reality’ de TV, que es de ‘raza distinta’ (por cierto, creo que este uso publicitario también debiera estar prohibido).

De ahí a formular propuestas viables para el país hay mucho trecho. Al hablar se le siente limitado en propuestas de nación; pero si se las arregla para contar una historia de relegación y empeño como móvil de su ambición política (ayer presentó su biografía, ya la leeré), lo veo crecer.