Las Bambas
Las Bambas
Patricia del Río

El conflicto de Las Bambas es un buen termómetro de lo que ocurre en nuestro país: un Estado ausente, empresas que tienen que desarrollar sus actividades donde viven las comunidades más pobres del Perú y, la parte más terrible de esta historia, un Perú urbano –con aires de superioridad– que se enfrenta a uno rural, al que discrimina.

La sola existencia de pueblos que son dueños de las tierras donde se hará la inversión es considerada un problema. Las empresas asumen que van a lidiar con grupos aprovechadores y chantajistas. Por eso, ofrecen compensaciones, inversión social, y tratan de llegar a acuerdos.

Y todo eso está muy bien, hasta que surge un conflicto como el que mantienen la comunidad de Fuerabamba con la minera y en donde, más allá de si sus demandas son válidas o no, empezamos a escuchar argumentos que dan cuenta de la asimetría en esta relación:

Está el condescendiente. “Se les ha construido una ciudad con casas de 500 metros”. Sí, pero no lo hicieron de favor, era lo que correspondía por tener que mover a todo el pueblo para poder extraer el valiosísimo cobre. Otra cantaleta es: “se les ha pagado un montón de plata y andan en 4x4”. En realidad, se les ha pagado por sus tierras cuyo valor, desde el momento en el que la minera las necesitaba para operar, subió de forma exorbitante. Nadie les regaló nada. “Quieren más plaaaata”, gritan algunos, como si enriquecerse fuera un derecho exclusivo de los empresarios.

Si las negociaciones que plantean tienen asidero es materia de otro análisis, pero resulta increíble escuchar, conflicto tras conflicto, cómo el hecho de que los comuneros quieran dinero a cambio de sus tierras es, de plano, un despropósito.

Las tomas de carreteras y los bloqueos no son negociables y deben ser reprimidos. En eso estamos todos de acuerdo. Todos coincidimos en que si por un terreno pasa un camino o carretera, el propietario no tiene derecho a impedir que otros transiten. No vamos a resolver en este artículo si el camino en disputa existía o no antes de que se le entregara el terreno a la comunidad de Fuerabamba; pero nunca he visto que se acuse de agitadores o chantajistas a todos aquellos que han enrejado las calles de sus urbanizaciones para impedir el paso libre de los ciudadanos, o a esos otros que se construyeron clubes cerrando el acceso a las playas que son de todos.

Los comuneros no son unos santos y los empresarios no son unos desgraciados, el asunto no es tan sencillo ni tan maniqueo. Pero el discurso que se usa para hablar de las comunidades es paternalista y discriminatorio: “se les ha dado”, “están pidiendo”, “se creen con derecho”. Bueno pues, la economía de mercado los empoderó. Ahora saben que su tierra cuesta. Bienvenidos al capitalismo. Si queremos vivir bajo este modelo económico, ya es hora de respetar al otro y considerarlo un igual con el que hay que negociar y no un pobre “indiecito” al que se le dan cosas para que no se queje.