Keiko Fujimori
Keiko Fujimori
José Carlos Requena

La misma semana en la que se cumplen veinte años de uno de los hitos del gobierno de su padre (la firma del acuerdo de paz con Ecuador), Keiko Fujimori pierde –momentáneamente– a uno de sus principales colaboradores desde que ejerce el liderazgo de la oposición. ¿Se está presenciando el final del fujimorismo?

Parte del actual panorama de Fuerza Popular, un partido que muchos antiguos simpatizantes o colaboradores se resisten a llamar fujimorista, es la constatación del capital político dilapidado en algo más de dos años de ejercicio de poder parlamentario. En agosto del 2016, cuando Pedro Pablo Kuczynski asumió la presidencia y Keiko Fujimori inició el férreo control de su bancada, la ex candidata presidencial contaba con 44% de aprobación, según El Comercio-Ipsos. En octubre del 2018, el porcentaje llega a solo 17%.

Comparando dicho porcentaje con los resultados electorales que obtuvo en el pasado, la situación de Fujimori tampoco es promisoria. En abril del 2011, Fujimori obtuvo 20,6% de los votos. Cinco años después, la cifra llegó a 32,6%. La situación actual es aun peor que la del 2011, cuando no ostentaba el control parlamentario que aún mantiene.

Por lo demás, la agenda política de Keiko Fujimori ha estado en estos dos años más cerca de los tribunales y las componendas en que alardeaba de su poder que de la presentación de una propuesta alternativa. El contenido de lo tratado en el chat denominado La Botica es bastante ilustrativo en este aspecto. Lo es también la aprobación de leyes, en que sus votos terminan haciendo eco de demandas irresponsables e inconvenientes, como la reciente aprobación de la ley que permite la negociación colectiva en el sector público, sin ningún correlato en la mejora de los servicios al ciudadano (tema objeto del editorial de ayer de El Comercio).

Además, la recurrente acusación a sus opositores (que se dejan guiar por el odio) parece aplicable, más bien, a un manejo en el que las formas democráticas no han sido la regla. Ejemplo de ello es el inexistente saludo a Kuczynski, el ganador de la estrecha victoria de junio del 2016; o la reciente referencia de una de sus congresistas hacia el fiscal que investiga el caso de los ‘fujicocteles’ (un “desgraciado”), tomada por Fujimori como “una palabra cargada de aderezo”, sobre la que “no hay que exagerar ni malinterpretar”.

Por si fuera poco, la distancia entre Fujimori y su hermano Kenji parece no haberse acortado. El suspendido congresista no debe guardar un buen recuerdo de los audios de marzo, que marcaron el inicio del fin del gobierno de Kuczynski y de su breve segundo período parlamentario.

Con los Fujimori de capa caída y en eventual retiro, vale la pena preguntarse qué hará esa proporción cercana al tercio que votó por Keiko en abril del 2016. Aquel conglomerado electoral representaba un amplio espectro (popular, conservador, informal, emprendedor, autoritario); su perfil político quizá prescinda, en un futuro no muy lejano, del apellido que lo marcó por varios lustros.