En el 2021 participarán menos partidos gracias a las primarias, que sacarán de carrera a los que no pasen del 1,5% del padrón anterior. Será un avance. Pero hace falta eliminar el voto preferencial. (Foto: GEC)
En el 2021 participarán menos partidos gracias a las primarias, que sacarán de carrera a los que no pasen del 1,5% del padrón anterior. Será un avance. Pero hace falta eliminar el voto preferencial. (Foto: GEC)
Jaime de Althaus

Estas solo congresales han sido un laboratorio que ha servido para amplificar los groseros defectos de nuestra democracia, que ocasionan que pocos la quieran. La mezcla de un número elevado de partidos falsos que ni siquiera fueron capaces de elaborar una propuesta legislativa propia, distritos electorales grandes y voto preferencial, hizo que, en lugar de tener unas pocas propuestas de agenda legislativa entre las cuales escoger, tuviéramos 756 planteamientos, uno por cada candidato. La multiplicación infinita de mensajes diversos.

En esas condiciones es una hipocresía y una burla pedirles a los electores que elijan bien. Es pedirles lo imposible. Lo que esa proliferación genera es rechazo ciudadano y un que no representa nada ni a nadie, piñata ideal para el populismo político de turno.

Menos mal que el único consenso –parcial, sin embargo– que se distingue en medio de la selva de proposiciones diversas es el de revisar y culminar la reforma política (aunque pocos sepan de qué se trata). La experiencia de esta elección debería ser el principal impulso para priorizar esa tarea. En las elecciones del 2021 y siguientes participarán bastante menos partidos gracias a las primarias, que sacarán de carrera a las agrupaciones que no pasen del 1,5% del padrón anterior. Eso ya es un avance. Pero hace falta eliminar el voto preferencial y canjearlo por distritos electorales pequeños, uninominales o binominales. Si así fuera, en lugar de elegir entre 756 candidatos, elegiríamos –si hubiese un congresista por circunscripción electoral– solo entre 7 u 8 postulantes, uno por cada partido. Ahí sí se le podría pedir al ciudadano que elija bien, porque podrá elegir bien.

No solo eso: podrá establecer una relación con su representante. Eso es de una importancia crítica ante un Congreso históricamente repudiado y que ha perdido sentido representativo, más aún desde que las redes y las encuestas han empoderado una versión perversa de democracia directa. El congresista elegido en un distrito electoral pequeño más bien podrá usar las redes para afianzar su relación con sus representados. Podrá interactuar con ellos. Recuperamos así el sentido de la democracia representativa.

Para compensar la distribución más que proporcional de escaños para el partido ganador producida por circunscripciones electorales pequeñas tenemos el restablecimiento del Senado, en lo que también hay un consenso parcial. Allí puede haber una mezcla de distritos macrorregionales con uno nacional.

Si además se aprobaran fórmulas para financiar ‘think tanks’ partidarios con impuestos, por ejemplo, los partidos se convertirían en fuente real de estudios y propuestas y podrían elaborar planes de gobierno serios para no tener que improvisar cuando llegan al poder. Podrían entonces atraer y capitalizar la voluntad de servicio de personas capaces. La calidad de la democracia mejoraría apreciablemente, en contraste con lo que vemos ahora, donde los partidos dicen que completarían la reforma política pero no tienen idea de las reformas de gobernabilidad pendientes –para facilitar que los próximos gobiernos tengan mayoría en el Congreso y reformar el poder de veto presidencial– ni menos aún tienen propuestas para mejorar la competitividad del país y relanzar nuestro crecimiento, otra tarea vital.

No podemos seguir así.