Estaba recién separada y me animaron a asistir a un coctel. Me sentía aún fuera de mi hábitat, más tímida que nunca y hasta desubicada, como a un pez al que acaban de sacar de su pecera para lanzarlo al mar. Llegué a la zona de registros y me dieron una etiqueta que debía pegar en mi pecho: emprendedora. Tengo que confesar que era una sensación rara dejar de usar el apellido de ‘casada’ (de la compañía para la que trabajaba, claro). Supongo que es comprensible: había estado ‘casada’ por más de 20 años con el mundo corporativo y ahora era una flamante soltera luego del “no soy tú, soy yo” que decidí decirle a mi compañía y que para nada era floro. Yo necesitaba otras cosas.
No fue fácil la decisión, uno se acostumbra a la rutina, a la predictibilidad de saber qué esperar, por supuesto al sueldo a fin de mes y sobre todo a esa sensación de protección y estabilidad. Pero estábamos en mi coctel, un evento en San Francisco con varias de las empresas más importantes a nivel mundial. Agarré una copa de vino que me ofrecía el mozo (solo para hacer la finta, porque no me gusta el vino), pues necesitaba agarrarme de algo, así sea de ese vino de honor. No conocía a nadie y, con honestidad, estaba en tal momento de inseguridad que pensaba que a nadie en ese evento le interesaría conocerme. Total, yo ya no representaba un negocio potencial para alguien allí.
Supongo que asumía eso que de manera tan genial cuenta Wendy Ramos en su Ted Talk en Lima acerca de las etiquetas y cuán diferente es la actitud de mucha gente frente a la otra dependiendo de qué dice tu etiqueta: gerente, vendedor, ama de casa o profesora. De pronto apareció Amira, la responsable de tecnología de una empresa muy importante en Silicon Valley. Luego de presentarse miró mi etiqueta y me preguntó –con real atención y no por cumplir– a qué me dedicaba. Mientras le contaba acerca de mi compañía y ella repreguntaba con entusiasmo, caía en cuenta de ese adjetivo posesivo que estaba desmereciendo y olvidando en esos momentos de incertidumbre. Había pasado del ‘de’ al ‘mi’ y ese no solo era un tremendo cambio gramatical, sino de vida.
Recordé esa historia hace poco mientras me registraba en un importante evento local, esta vez como expositora sobre el tema de cómo llevar organizaciones ágiles. Pero cuidado, si bien hoy llevo orgullosa y segura mi etiqueta de ‘soltera’ –es decir, de empresaria–, sigue siendo un camino duro y en el que trato de compartir no solo la parte sexy –porque ahora a todos nos seduce el nombre start up–, sino aquellos aprendizajes que he podido recoger en este tiempo de soltería y que hoy quiero compartir contigo, cual receta casera express para emprender tu nueva vida. Aquí va:
Te reconoces como soltera pero con compromiso. Vas a tener momentos muy duros y grandes tentaciones de dejar de intentarlo cuando las papas queman o no hayan papas que comer –lo cual es peor–, así que tienes que encontrar ese propósito poderoso que sea tan grande e importante para ti que te proteja de ti mismo. ¿Cómo lo encuentras? Preguntando y luego definiendo tu ‘¿por qué?’ y el de tu compañía.
Reafirmas tus votos todos los días. Ser empresario es una decisión diaria; si bajas los brazos un día, pues las consecuencias las verás mañana. Como los animales en la selva, tú sales a buscar tu propia comida porque nadie te la va a traer por delivery.
No buscas solo almas gemelas. Para verdaderamente trascender, necesitas gente que piense diferente de ti y que sea muy distinta de tu perfil. Los pinchaglobos serán fundamentales.
Te quitas el calzón con bobos. Aprendes a tomar la iniciativa, a stalkear a tus potenciales clientes y a meterles letra con pertinencia y elegancia.
Superas que te dejen en visto. No voy a negar que es terrible ver los dos checks azules y nunca más saber del o la susodicha, pero superas nomás y vuelves a la carga con tu mejor frase o emoji, dependiendo del especimen.
Te pones en forma. Trabajas tu marca personal porque el principal influencer de la compañía eres tú. Y si bien no te vas a pagar por ello, no hay lonche gratis, tienes que estar activo en tus redes sociales y presenciales.
Decretas que eres zurdo. Te olvidas de cantar como el gran Hector Lavoe –Pronto llegará el día de mi suerte–, trabajas y duro para encontrarla y si piensas que te levantaste con el pie izquierdo, pues te declaras zurdo de ambos pies todos los días. //