Mujeres cachemiras rezan en la mezquita de Hazratbal durante la conmemoración de la muerte de un descendiente de Mahoma.  [Foto: EFE]
Mujeres cachemiras rezan en la mezquita de Hazratbal durante la conmemoración de la muerte de un descendiente de Mahoma. [Foto: EFE]

 Por Juan rodríguez / El Mercurio

En una comida, un periodista le preguntó qué hacía. Ella le respondió que estaba terminando su doctorado. ¿En qué?, le dijo el hombre, y ella contestó que en sociología y política. Fue una respuesta intencionalmente vaga, pues Susan Carland sabía lo que iba a ocurrir si era más específica. Ella es una académica australiana, convertida al islam, y feminista. Sí, feminista. Es autora del libro Fighting Hislam: Women, Faith and Sexism, en el que relata el encuentro con el periodista, que terminó tal como ella lo esperaba. Este es el diálogo:

—Estoy investigando las distintas maneras en que las mujeres musulmanas combaten el sexismo desde dentro de las comunidades —respondió Carland.
—¡Esas son aguas peligrosas! —le dijo él.
—No realmente. Es algo que ocurre hace cientos de años, y me ha abrumado el número de mujeres que han querido participar en mi investigación.
—¿Querían que se supiera lo que hacían? ¿O tenían que mantenerlo en secreto?
—Muchas de ellas estaban felices de ser identificadas. Es más, algunas se enojaron cuando sugerí ponerles un seudónimo, e insistieron en que querían ser reconocidas por su trabajo.
—Pero… pero, ¿sus esposos conocían su apostasía?
—De hecho, muchas de las mujeres mencionaron a sus esposos o a otros hombres musulmanes, como su padre o el imán, como sus mayores partidarios.
—…

                       —Fantasmas reprimidos—
Probablemente muchos en Occidente tendrían la misma reacción que el periodista australiano: sorpresa y silencio. Algo de eso debe haber en las portadas que ganó el hecho de que las mujeres ahora puedan manejar en Arabia Saudita, uno de los regímenes islámicos más restrictivos con las mujeres, por decir lo menos (para qué hablar de los talibanes o, últimamente, ISIS). Desde Occidente, la visión sobre el mundo islámico es la de una cultura muy patriarcal, donde las mujeres, por el hecho de serlo, todavía están sujetas a diversas restricciones, al parecer fundamentadas en el Corán, entre las que la más visible y debatida sea, tal vez, el uso del velo: para algunos, símbolo de la represión; para otros, marca de identidad frente a la cultura colonialista de Occidente. De todos modos, no es que no haya razones para tener esa imagen: además del velo en sus distintas versiones, hay otras costumbres a la hora de juzgar el islam, como la prohibición de estudiar, el matrimonio con niñas o la mutilación genital femenina.

Dejando de lado el racismo e islamofobia que campean en Europa y Estados Unidos, incluso desde la izquierda, un filósofo como Slavoj Žižek plantea —en su libro Islam y modernidad— que la mujer es “el acontecimiento reprimido que da vitalidad al islam”, que es el “fantasma” detrás del mismo, especialmente de su deriva terrorista; de ahí que la mujer sea escondida detrás de un velo, dice. Por su parte, en Pensar el islam, el francés Michel Onfray —también de izquierda— simplemente tacha al islam de sexista, falócrata y misógino.

Pero, como ya vimos en el caso de Susan Carland, también existe el feminismo islámico. Y ella está lejos de ser la primera: según The Oxford Dictionary of islam, ya a mediados del siglo XIX, algunas mujeres y hombres dentro del mundo islámico comenzaron a cuestionar las restricciones legales y sociales que afectaban a las mujeres, “especialmente las relativas a la educación, la reclusión, el uso estricto del velo, la poliginia, la esclavitud y el concubinato”. Tras la Segunda Guerra Mundial, de la mano de los movimientos modernistas y nacionalistas, los temas de género se vieron como “cruciales para el desarrollo social”. Y desde fines de los setenta, en paralelo al islamismo fundamentalista, han surgido agrupaciones como la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán o Hermanos en el Islam, de Mali, que luchan por los derechos de las mujeres.

Valga también mencionar que el feminismo islámico tiene críticos: desde la abogada argelina Wassyla Tamzali, para quien “hablar de feminismo islámico es una absoluta contradicción”, hasta la española Sirin Adlbi Sibai, autora de La cárcel del feminismo, quien ha dicho que “el feminismo islámico es una redundancia, [pues] el islam es igualitario”. ¿Lo es?

A fines del 2017 el rey saudita Salmán bin Abdulaziz emitió una orden para permitir que las mujeres obtengan, por fin, su licencia de conducir. [Foto: Getty Images]
A fines del 2017 el rey saudita Salmán bin Abdulaziz emitió una orden para permitir que las mujeres obtengan, por fin, su licencia de conducir. [Foto: Getty Images]

                           —La culpa es de Aristóteles—
La entrada “Mujeres e islam” del citado diccionario de Oxford comienza así: “En el islam, las mujeres y los hombres son moralmente iguales a los ojos de Dios, y se espera que cumplan los mismos deberes de culto, oración, fe, limosna y peregrinación a la Meca”. Luego agrega que la aparición del islam, en el siglo VII, significó una mejora para las mujeres de las culturas árabes tempranas, entre otras cosas, porque se prohibió el infanticidio femenino y porque la ley islámica “enfatizó la naturaleza contractual del matrimonio”.

Como suele ocurrir con los textos, especialmente los religiosos, quien quiera encontrar fundamento en el Corán y otros libros que justifique la sumisión de la mujer lo encontrará; tal como los que quieran defender la igualdad de género. Por eso, tal vez sea bueno prestar atención a las mujeres que han tenido liderazgo en la historia: desde Aishah, una de las esposas de Mahoma, reconocida en su tiempo por su autoridad académica, tanto en medicina, historia como retórica; hasta quienes han gobernado países, como Benazir Bhutto, primera ministra de Pakistán. Es más, según el británico Mohammad Akram, autor de The Women Scholars in Islam, a lo largo de su historia, esta religión ha tenido “miles” de investigadoras e intérpretes del Corán.

Para Akram, los estudiosos islámicos se volvieron contra las mujeres “desde que empezaron a estudiar filosofía”. O sea, en la Edad Media, cuando los intelectuales que dieron forma a la fiqh (ley islámica) leyeron a Aristóteles, quien defendía que la subyugación de la mujer era “natural” y una “necesidad social”. Súmese a eso el predominio de culturas patriarcales en los pueblos que se fueron convirtiendo al islam en tiempos premodernos, partiendo por los árabes, y tenemos como resultado la sumisión femenina que todavía defienden muchos.

Entonces, ¿el islam es una religión patriarcal, sexista y misógina? ¿O lo son ciertas interpretaciones y prácticas?

EL ISLAM TEÓRICAMENTE NO DISTINGUE ENTRE HOMBRES Y MUJERES

Por Marcela Zedán
Directora del Centro de Altos Estudios Árabes, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile

En primer lugar, habría que señalar que existe una gran diversidad en las distintas sociedades islámicas en cuanto a la situación de la mujer, lo cual está fundamentalmente vinculado a la forma de interpretación de las fuentes principales de la religión islámica; es decir, el Corán y la Sunna. Si la interpretación de las fuentes es una lectura literal al margen del momento histórico, o si es que se mantiene abierta la puerta del Iytihad que permite a la sociedad islámica leer los textos a la luz de cada generación. Por otra parte, cabe señalar que es importante definir cuál es el tiempo histórico que prevalece en las distintas sociedades islámicas, ya que eso determina también cómo se realiza la interpretación de las fuentes. Hay una diferencia sustantiva entre las interpretaciones que se hacen en una sociedad en que prevalecen los valores de un tiempo histórico patriarcal, y aquellas en que se ha asumido la modernidad con sus paradigmas, o si esas sociedades viven como en Occidente un tiempo histórico determinado por la economía.

El islam teóricamente no distingue entre hombres y mujeres. Se señala en forma reiterada en el texto coránico que todas las criaturas son iguales ante Dios; no hay ninguna primacía determinada por el género. Sin embargo, en las sociedades islámicas y en muchas sociedades del llamado Occidente, los derechos de las mujeres han sido postergados. 

Según gran parte de los medios de comunicación y de los observadores occidentales, las mujeres musulmanas constituyen un símbolo de su sociedad, en su vertiente más conservadora y un emblema de la opacidad de los Estados islámicos. Velada, encerrada, considerada menor y sometida a la autoridad de los hombres, sea el padre, el esposo o el hermano. En definitiva, la mujer sería el testimonio más importante de la opresión en un Estado islámico y de una sociedad fuera de lugar, al margen de todo principio igualitario y de derechos de mujeres y hombres. Sin embargo, habría que señalar que existe una gran distancia entre la doctrina islámica, nuestra historia, y lo que actualmente percibimos. Las discriminaciones por pertenencias de género son un legado de la sociedad patriarcal, que con contratiempos se van superando en los países de mayoría islámica. Las prácticas de ese sistema patriarcal contradicen los principios enunciados en el texto coránico.

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