Cuando se afirma que las mujeres no participamos en política porque no queremos o que pretendemos ventajas en vez de ser competitivas, se expresa un profundo desconocimiento de nuestras estructuras y dinámicas de poder. A pesar de que en el Perú las mujeres constituimos más del 50 % de la población nacional, electoral y de la militancia partidaria, participamos en un sistema que fue creado sin considerarnos ciudadanas sino hasta 1955. Nunca tuvimos puntos de partida iguales. Lo que tenemos son brechas de acceso a recursos y al ejercicio de derechos, entre los que se encuentran los políticos. La competencia no existe cuando los competidores no tienen igualdad de condiciones.
Hablemos entonces de una palabra a la que aún se le tiene terror: patriarcado. En una estructura patriarcal, el varón ejerce el dominio sobre la familia y los grupos sociales. Es una estructura de poder cerrada a quienes no considera iguales, en la que las mujeres no participamos ni decidimos: obedecemos.
Nuestro sistema electoral sigue todavía un modelo patriarcal. El Estado peruano reconoció esta realidad adoptando la cuota de género en 1997. 21 años después, en las elecciones regionales y municipales, ninguna gobernadora regional y solo 19 alcaldesas (cuatro provinciales y 15 distritales) de un total de 2.071 de estos cargos resultaron electas.
La realidad nos recuerda la gran deuda que la democracia en general, y en particular el Congreso de la República, tiene con nosotras: alternancia, paridad, prevención y sanción del acoso político. Hablemos de patriarcado. Hablemos de desigualdad. Hablemos de brechas. Hablemos de subrepresentación. Luego hablaremos de competencia.
Mientras tanto, lo que no se nombra no existe.