El asentamiento Nueva Estrella, en Santa Rosa, se ubica en un cerro árido, donde solo una pequeña porción de las pistas está pavimentada. El resto es terreno afirmado por donde pasan los camiones-cisterna que abastecen de agua a unas mil familias. Un parque aquí, por el momento, es imposible. El verde es casi inexistente. Fuera de una bodega, hay dos arbustos plantados en baldes que son regados con agua reciclada.
María Témpora Risco Farfán, de 71 años, vive en este asentamiento desde el 2010. Desde su casa de machihembrado, se ve un tanque que Sedapal construyó recientemente, pero que abastece a otra zona.
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Risco paga 20 soles a la semana para que un camión-cisterna le llene un tanque de mil litros de agua. Por ese mismo monto, un vecino de San Isidro, donde la cobertura de Sedapal es del 100%, paga S/1,12. Es decir, el costo del agua en un asentamiento es casi veinte veces mayor que en una zona urbana.
A Risco, quien vive con su nieta, ese tanque le dura una semana. “A veces, mis dos hijos solteros me piden que les lave la ropa y me dan para el agua”, cuenta.
Los camiones repartidores aparecen desde las 6 a.m. hasta las 2 p.m. “El agua no es de calidad. Cuando cae al suelo y se seca, ves que quedan cosas blancas. No la uso para cocinar. Para eso tengo que comprar esos botellones de agua mineral”, señala.
Nelson, uno de sus hijos, recuerda que hace dos años y medio hubo un incendio en una de las últimas chozas. En esa época, además de la falta de agua, tampoco había un camino que le permitiera llegar al camión de los bomberos hasta la cima. “La manguera no alcanzaba. Se destruyó todo. Entre nosotros echábamos arena, llenábamos baldes. Gracias a Dios no había nadie adentro”, cuenta.
Luego de eso, 32 familias se pusieron de acuerdo. “Cada una dimos S/250 de cuota para contratar maquinaria que afirmara la pista”, asegura María Risco. Por ese camino sube ahora un camión-cisterna para llenar los tanques y cilindros.
Pascuala, de 60 años, vive sola con su perra Lassie y un gato. Paga S/10,50 para que el camión llene tres cilindros de un metro de altura. Esta semana, quiere bañar a Lassie, así que intenta que el agua que usa para la limpieza le dure más.
El dinero no le alcanza para comprar agua embotellada para su consumo. “Antes de llenar los cilindros, los lavo bien con lejía. Cuando quiero cocinar, hiervo el agua un buen rato”, afirma.
En Lima Metropolitana, el 77,7% de las viviendas obtiene el agua de una red pública, mientras que el 10% no tiene el servicio y se abastece por medio de camiones-cisterna o piletas de uso público. Pero en el distrito de Santa Rosa, la situación es dramática. Según el Censo Nacional del 2017, el 59,71% de la población tiene que recurrir a un camión-cisterna.
“Esto ocurre principalmente en la parcela H y en el asentamiento humano Nueva Estrella, que nacieron de invasiones. Los terrenos aún no están saneados”, explica el alcalde de este distrito, Alan Carrasco. En la parcela H, señala, hay dos colegios parroquiales que tampoco cuentan con una red pública de agua potable.
Apenas el 36,1% en Santa Rosa dispone de agua en sus cañerías y, de ese pequeño porcentaje, el 12,9% tiene el servicio restringido por horas.
En Punta Hermosa, Punta Negra, Pucusana, Ancón y Cieneguilla, sucede lo mismo: más de la mitad de los vecinos carecen de agua potable en sus cañerías. Solo nueve distritos en Lima cuentan con conexiones de Sedapal en más del 99,9% de las viviendas: Miraflores, San Isidro, Magdalena, San Borja, Pueblo Libre, Surquillo, Barranco, Jesús María y San Luis.
—Servicio por horas—
En Carabayllo, el 77,3% cuenta con sistema de agua potable en sus casas, pero no todos disponen del servicio las 24 horas. El 11% tiene el servicio restringido por horas. Jhovana Zamora, de 31 años, tiene agua desde las 5:30 a.m. hasta las 4 p.m. Vive en la urbanización Los Ángeles del Naranjal y asegura que esta restricción empezó hace más o menos un año. “No nos advirtieron”, dice.
Zamora se mudó a esta urbanización hace cuatro años. “Cuando llegué, teníamos agua todo el día. Recuerdo que pagábamos 23 soles. Ahora pagamos 45”, manifiesta.
Durante el día, debe repartir su tiempo entre atender a su hija, su bodega y, dos veces a la semana, lavar la ropa. A las 3 p.m., rellena de agua un balde de un metro de alto para que su familia no padezca por las tardes y noches. “Acá vivimos cinco personas. Tenemos un solo baño y una sola ducha y necesitamos mantenerlos limpios”, dice.
Su vecina Aurelia, de 58 años, hace lo mismo. Pero debe juntar agua para ocho personas: cinco adultos y tres niños. “Como la mayoría sale a trabajar, yo soy la encargada de juntar el agua”, dice.
—Contrastes—
En Independencia, la cobertura de Sedapal alcanza el 93%, y de este solo el 9% tiene un horario restringido. Cerca del mercado de la urbanización Tahuantinsuyo, algunas personas echan agua limpia al terral para disminuir la sensación de calor. También venden piscinas inflables, que a Severina, de 45 años, no se le ocurriría llenar.
Vive en la calle Huayte, varias cuadras arriba. Allí el agua llega a las 7 a.m. y se va tres horas después. Lo primero que hace Severina es separar una jarra especial y taparla para que no le entre polvo. “Ahí junto mi agüita para preparar mis marcianos”, cuenta. Mientras tanto, las otras cinco personas con las que convive se van turnando para bañarse.
“En verano una quisiera abrir el caño y refrescarse, pero no sale ni una gota. Tenemos que cuidar el agua que juntamos”, dice.