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El factor Trump
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El 12 de abril de 2026 celebraremos elecciones, por primera vez con 38 candidatos y con el Presidente de EE.UU., Donald Trump, dispuesto a invitarse a sí mismo por varias razones.
La primera y la más importante: EE.UU. viene sonando la alarma sobre la creciente presencia e influencia china en el Perú desde 2023.
Entre el 2005 y el 2024 las inversiones chinas sumaron alrededor de USD 30 mil millones en casi todos los sectores importantes: desde logística e infraestructura (Carretera Central, Megapuerto de Chancay, Línea 2 del Metro de Lima), hasta minería (Las Bambas, Toromocho) y energía (Luz del Sur, Chaglla, Enel), pasando por comunicaciones, servicios digitales, construcción, finanzas, pesca y bienes de consumo. En ese lapso, de EE.UU. llegó menos de la tercera parte, unos USD 7.6 mil millones.
Varios voceros estadounidenses —Departamento de Estado, Congreso, embajada en Lima y asesores de la propia administración Trump— han manifestado su preocupación por la dependencia económica e influencia que dicha presencia podría significar en términos de pérdida de soberanía y seguridad, tanto para el Perú como para la región. En audiencias del Congreso de EE.UU. se ha sugerido que el hub logístico de COSCO en Chancay puede tener un uso comercial y también militar. Washington entregó al gobierno peruano asistencia técnica y escáneres para controlar la carga del puerto (y ver qué llevan y qué traen) y se han anunciado aranceles especiales para los productos que pasaran por los puertos operados por empresas chinas.
Finalmente, en noviembre pasado se hizo pública la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (de EE.UU.) en la que se anuncia el retorno de la Doctrina Monroe bajo un “corolario Trump”, que decreta impedir que potencias extra hemisféricas (léase, China) controlen activos críticos en el hemisferio occidental y ordena a todas las agencias federales a proteger puertos, rutas y recursos frente al avance chino.
Para Washington (y seguramente también para Beijing y para Xi Jinping), Chancay no es “un puerto”, sino un nodo de la estrategia global de China, y nadie se va a quedar mirando cómo se les pasa el tren. O el barco.
Segunda razón para intervenir en las elecciones peruanas: está ampliamente documentado que siempre que Trump ha considerado necesario o conveniente intervenir en un proceso electoral extranjero, lo ha hecho. Apoyó el Brexit (2016) porque debilitaba a la Unión Europea; endosó a Bolsonaro (2018) porque alineaba a Brasil con su agenda geopolítica; respaldó a Netanyahu (2019) porque consolidaba su base evangélica y su alianza con la derecha israelí; ofreció dinero a Argentina (2025) para respaldar a Milei en las urnas, y señaló sin pudor a sus favoritos en Polonia, Rumanía, Alemania y Honduras (todos en 2025) para fortalecer a sus aliados ideológicos o ampliar influencia.
Para Trump, que acaba de cruzar una línea roja incluso para los propios republicanos al indultar a un expresidente hondureño -Juan Orlando Hernández- condenado por una corte de EE.UU. a 45 años de prisión por narcotráfico, la realpolitik es un juego sin costo de oportunidad: puede perder elecciones (Francia, Alemania, Rumanía, etc.), pero políticamente nunca pierde.
¿Cómo intervendría? En Europa, Trump promociona a sus aliados como defensores de la democracia y la libertad, aunque varios sean antiliberales confesos y consideren que la democracia es un riesgo. En el Perú hará algo parecido a lo que hizo en Argentina: sacará unos billetes del bolsillo, los agitará frente a la cámara y dirá que con esa plata se puede -por ejemplo- luchar contra la delincuencia, el sicariato y la extorsión.
¿Y quién podría ser la o el candidato favorecido con el respaldo explícito del Presidente de EE.UU.? Keiko Fujimori ha perdido tres elecciones y Acuña dos, además de tener un pie en el barco chino. ¿Espá, quien trabajó por muchos años en la embajada de EE.UU.? ¿Belaúnde? ¿Vizcarra? Muy difícil, se necesita una rara combinación de cinismo y oportunismo lambiscón. O ambos.
Nos queda, entonces, quien hoy encabeza las encuestas (apenas): el López que no es Chau.
De entrada, tienen mucho en común; ambos son comerciantes millonarios que se declaran anti-establishment y comparten un estilo confrontacional y “sin filtros”. Ambos exhiben una despreocupada relación con la verdad y afición marcada por la demagogia: ofrecen imposibles -anexar Groenlandia, convertir Lima en una potencia global- que luego olvidan con la misma naturalidad (la realidad problema de otro).
Los dos utilizan identidades religiosas o morales como herramientas de legitimación política y predican la necesidad de purgar el sistema de sus enemigos (caviares, woke, liberales). Ambos tienen relaciones tirantes con los medios de comunicación que no les son afines y “si no viene arrodillado es mi enemigo” parece ser un lema compartido. Desde la comunicación política, parece el emparejamiento más lógico.
Trump es transaccional: no encuentra problema en apoyar a quien antes criticó o abandonar a quien antes respaldó, siempre que halle en ello alguna ventaja política, económica o simbólica. Y RLA juega parecido.
En un proceso en el que casi el 50% no ha decidido su voto a 120 días de la elección, ningún candidato despega, los “punteros” están tan cerca entre sí que de todos modos habrá segunda vuelta y entre los dos finalistas no sumarán 25% de los votos; en esas condiciones, un impulso de 2 o 3 puntos debería bastar para consolidar a un favorito. Un endoso de Trump pesa. Y en el país del día del pollo a la brasa, pesará todavía más. (En febrero, Datum y El Comercio señalaban a Trump como el líder mundial con más simpatía entre los peruanos con 17%. Segundo, Vladimir Putin, con 15%).
Si el exalcalde consiguiera ese aval, casi toda la derecha votaría por él (aunque lo considere un peligro) solo para asegurarse: no vaya a ser que desde lo ignoto aparezca un radical de izquierda atropellando y se lleve la elección en las últimas dos semanas. En la derecha dicen que eso se llama lección aprendida, yo creo que es PTSD por Castillo, que los hizo rematar la camioneta, vender el depa a real y comprar dólares a cuatro soles veinte.
La plaga en el Perú es, según sus propios ciudadanos, la delincuencia. Nadie quiere un entomólogo, sino un insecticida. Quieren un Bukele (40% de admiración entre los peruanos), aunque El Salvador sea del tamaño de Ica; pero la gente cree lo que quiere creer.
Y adivinen quién les va a ofrecer Baygón. Sí, ese.

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