
“La nuestra es esencialmente una edad trágica, aunque nos resistimos a tomarla trágicamente. El cataclismo ha ocurrido y nos encontramos entre las ruinas, tratando de reconstruir pequeños hábitats” para cobijar “nuevas y pequeñas esperanzas”, señaló hace ya casi un siglo D.H. Lawrence (1885-1930). A pesar del crudo realismo que lo acompañó a lo largo de su productivo paso por la vida, el autor inglés de obras tan controversiales como “El amante de Lady Chatterley” añadió un atisbo de esperanza a una realidad incierta. “Tenemos que vivir, no importa cuántos cielos nos caigan encima”. Anclado emocionalmente en su pequeño pueblo de Eastwood, pero con una singular destreza para trasladarse a los lugares más remotos del planeta, uno de los legados más importantes de Lawrence es su literatura de viajes. Tanto en “Twilight in Italy” como en “Mornings in Mexico” se abordan los peregrinajes mentales y espirituales de aventureros que, paradójicamente, no dejarán de lado esa obsesión con el apocalipsis, una de las herencias occidentales más poderosas, que en estos tiempos convulsionados vuelve a resurgir.
Con la finalidad de explorar un concepto asociado a ese pavor que surge ante la disolución violenta de mundos aparentemente estables, Lawrence escribió una obra titulada justamente “Apocalipsis”. Además de decenas de libros y de expresar simpatías por el autoritarismo e incluso imaginar una colonia en Taos (Nuevo México) para huir de un escenario “violento y desagradable” que lo inspiró, pero también lo perturbó a largo de una vida plagada de contradicciones.
Desde una Irlanda colonizada y una sensibilidad distinta, Willam B. Yeats (1865-1939), responsable del ‘Irish Revival’ y de la construcción de la primera república libre en su calidad de senador, vivió, tal como Lawrence, preocupado por una cambiante realidad europea; por ello y por su cercanía con el folclor irlandés, inculcado por su madre, su atracción a las teorías cíclicas y al terruño. El ganador del Premio Nobel de Literatura llevó a su ciudad Sligo siempre en su corazón. En efecto, lo rural y lo marítimo –que convergen en el bello condado de Sligo– inspiraron muchos de los poemas de Yeats, quien desde muy joven empezó a interesarse en el misticismo y ocultismo y eventualmente en el autoritarismo que inició su consolidación en una sociedad que, como la europea, debió enfrentar dos guerras brutales.
Es en ese contexto de cambios acelerados y de refugio en la palabra y en la cultura, que debe entenderse el nacionalismo de Yeats, su ataque frontal al catolicismo (al que opone una visión más pluralista) y su seducción por un apocalipsis reinventado. En un escenario en el que las estructuras jerárquicas volaron por los aires y cuyo clímax, a nivel económico fue el crack de 1929, Yeats pronosticó una reconstrucción europea bajo la égida de gobiernos totalitarios. Una suerte de prólogo de lo que se venía para una Europa desorientada aparece en “The second coming”, un poema de corte apocalíptico escrito luego de la nefasta Primera Guerra Mundial. Frente a millones de vidas que fueron sacrificadas en el altar de un nuevo reparto del poder internacional, Yeats sugirió que el final de los tiempos estaba aconteciendo. Esto debido a que la humanidad había perdido la cordura y en su lugar aparecían el caos, la confusión, la debilidad moral y el gobierno de los indignos. La situación era tan compleja que, en lugar de repetir la vieja idea del retorno de Cristo al final de los tiempos, el propulsor de la dramaturgia irlandesa pronosticó la llegada de una bestia grotesca en medio del colapso de la civilización occidental, cuyos sueños de progreso y orden se trocaban en una terrible pesadilla.
He pensado mucho en Lawrence y Yeats en estos últimos días “apocalípticos”, en los que incluso “The New Yorker” reflexiona sobre nuestra obsesión con el “final de los tiempos”. El que ahora se manifiesta en incendios que se llevan por delante comunidades enteras o aviones estrellándose sobre ciudades consternadas ante el horror de lo imprevisto. No hay más que imaginar el dolor de los que van retornando a una Gaza en escombros, habitada por los miles de fantasmas producto de un macabro genocidio. Y es a partir de esta indescriptible realidad que me permito sugerir que, más que la llegada de un ser sobrenatural, el apocalipsis actual es la verificación de una deshumanización acelerada que apuesta por la destrucción ajena como estrategia de sobrevivencia individual. Ni más ni menos.