Y con ellas –como dice Rubén Blades– alguien gana y alguien pierde. En este caso sería el país. Por ello, si en lo que viene las buenas decisiones superan a las malas, nos alejaríamos paso a paso del abismo. Solo si eso ocurriese podríamos intentar revertir el circulo vicioso en que vivimos. Ojalá y así sea.
Ojalá que acabe muy pronto el proceso del Jurado Nacional de Elecciones. Que se reconozcan y respeten sus decisiones, como fue ofrecido inicialmente. Que en el fujimorismo se den cuenta que el tránsito de sostener que hubo irregularidades en mesa, a insistir que ellas constituyen un fraude sistemático, no ha sido documentado. Que se dejen de lado los pedidos inconstitucionales de nuevas elecciones o los inviables de que la OEA mande una misión auditora. La desesperación de Keiko Fujimori por el destino que parece venírsele encima, no puede arrastrar al país a un futuro aún más incierto.
Ojalá que (como es altamente previsible) los militares en actividad desoigan los cantos de sirena de algunos exaltados para que den un golpe de Estado; uno cuyo resultado evidente sería el aislamiento internacional del país, la conmoción interna y, al colapsar la aventura, su procesamiento por la justicia.
Ojalá que podamos saber quién es realmente Pedro Castillo y cómo gobernará. Por ahora se puede suponer que la visión más influyente en economía es la que expresa Pedro Francke que ha tranquilizado a los mercados; más aún, con el pedido que Velarde se quede en el BCR (por el bien del país, debe aceptar).
Ojalá que los partidos del bloque de derecha, que tienen la llave de muchas decisiones con sus 44 votos, escojan el camino de hacer política y no el de desconocer al futuro gobierno. Lo segundo los aislaría y les impediría ser parte de conversaciones y negociaciones, que son finalmente el mandato del empate político que las urnas expresaron.
Ojalá que, en el próximo Congreso, la primera mesa directiva no sea liderada por la coalición oficialista. Que dada la incertidumbre y desconfianza que todavía existe frente a las verdaderas intenciones del nuevo presidente, esta sea dirigida por una coalición no gobiernista. Ojalá que ambiciones personales de personas que encarnan el espectro más radical de esa opción, no impidan que alguien un poco más al centro y, por tanto, con muchas más posibilidades de ganar, encabece esa opción.
Ojalá que en el tema del referéndum para una asamblea constituyente prime la posición de Francke de que para hacer realidad sus propuestas económicas no es necesario cambiar el capítulo económico. Que pierda piso la posición de Hernando Zevallos, otro de los voceros de Castillo, que plantea que hay que revisar toda la Constitución y buscar una simbiosis entre el programa inicial de Perú Libre y el del “bicentenario”. Más importante, que se descarte las de Guillermo Bermejo, quien plantea que la asamblea constituyente no es negociable y, ya sabemos por sus propios dichos, que no importaría saltearse las “pelotudeces democráticas”.
Ojalá que desde el Congreso haya una negociación inteligente que recoja la demanda mayoritaria en las encuestas de “cambios parciales” a la Constitución, que podrían encausar demandas que de otro modo querrían salirse del cauce democrático. Por ejemplo, enfatizar que la educación y la salud son derechos fundamentales, no nos haría per se un país mejor, pero reforzaría el reto que tenemos de mejorar sustantivamente en ambos campos.
Ojalá que los nuevos gobernantes entiendan que la prioridad de los primeros seis meses (quizás un año), será enfrentar la pandemia y la inevitable tercera ola que no tardará en llegar. Que para ello es contraindicado desatar una nueva campaña electoral en las calles para conseguir un referéndum (a favor y en contra), teniendo como único ganador a la variante Delta del COVID-19. Nuevas restricciones por razones sanitarias (como las que ya regresan a países donde creían haberla superado), demorarían aún más la creación de empleos y la lucha contra la pobreza.
Ojalá (y ya pensando en los años que vienen) que no se desaproveche la excepcional época de precios altos para nuestros principales productos mineros y se destraben enormes inversiones. Refraseando a Castillo: “nunca más un país que deja enterradas sus inmensas riquezas, condenando a muchos a seguir viviendo en pobreza”.
Ojalá –también mirando hacia el mediano plazo– que surjan nuevos liderazgos políticos que encarnen y construyan en el abanico de opciones que hay entre el centro derecha y el centro izquierda. Que sean modernos y abiertos al mundo, sin descuidar las grandes deudas pendientes con nuestro interior. Radicales, no por discursos ideologizados, sino por vocación de enfrentar grandes problemas nacionales, entre ellos la reforma del Estado (para que sirva mucho mejor al ciudadano) y la reforma política (cuya urgencia ha quedado comprobada en estas elecciones). Liberales, dándonos representación a los que no nos sentimos expresados por el conservadurismo en valores, que comparten los dos extremos del país. Finalmente, y no menos importante, intransigentemente democráticas y respetuosas de los derechos humanos.
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