Julio Ramón Ribeyro

En los últimos meses del año, la vida literaria en París asume la forma de una psicosis colectiva. La mayoría de los autores aprovecha esta época para lanzar su última obra de modo que la sorpresa, la novedad, actúen como factores coadyuvantes del éxito.

Hemos escogido tres : Pierre Gascar publicando “La Graine” parece decidido a continuar acaparando los premios literarios. Su tránsito del periodismo a la literatura es uno de los más violentos que se ha visto en los últimos tiempos. Con “La Graine” se lanza decididamente al terreno de la novela.

“La Graine” es una auténtica novela no solo por su estructura, sino por su filiación. Ella continúa esa serie de grandes novelas sobra la infancia que en este medio siglo y por una curiosa coincidencia han producido algunas literaturas europeas. Gascar relata su infancia en una pequeña villa del mediodía francés. La materia del relato es escasa. Lo que interesa es asistir a la formación de un carácter, al despertar de una sensibilidad. A través de las innumerables peripecias de su infancia, Gascar va descubriendo la vida en toda su miseria y su grandeza.

La característica más saltante de la obra de Pierre Gascar es su preocupación por forjarse un estilo personal. La escritura no es para él el instrumento, sino la materia misma de la creación literaria. Su prosa, por ello, eludiendo la trayectoria rectilínea, sigue los meandros más caprichosos, se recuesta en una frase, se lanza a la persecución de un efecto inesperado, se encarniza con una imagen hasta despojarla de todo su misterio.

“L’indifférent”, de André Perrin, es un libro impecable desde el punto de vista formal. Está escrito con una soltura, con una transparencia de la mejor cepa clásica. No hay una figura, una escena, un diálogo que nos parezcan innecesarios o de mal gusto. Sin embargo, el libro nos deja fríos, indiferentes. Se aguarda con impaciencia la sorpresa, el imprevisto, la chispa de talento capaz de iluminar toda la obra. El libro termina en el mismo tono desenvuelto con que se inicia, sin sobresaltos. Cuando una novela no interesa por los méritos de su proceso, debe intrigar por su desenlace. Novela bidimensional, sin espesor, sin sustancia, sin verdad, es el caso patético de una obra fallida por la utilización equivocada que hace el autor de sus excelentes dotes de escritor.

“Les Boucs” es un libro aterrador. La palabra de Driss Chraibi, sin esa pérdida de vitalidad que apareja su incesante comercio, llega a nosotros con una fuerza salvaje. Es el mundo que Driss Chraibi ilumina con su palabra el que nos aterroriza: el mundo tenebroso de los norargelinos residentes en París. El tema había sido ya materia de interesantes encuestas y reportajes. Las páginas policiales de los diarios parisinos han también llamado la atención sobre este extraño universo donde se producen con regularidad “hechos de sangre”. Pero es Chraibi el primero que le ha dado a este tema su dimensión literaria.

El mérito del libro de Driss Chraibi reside, sin embargo, no en la forma violenta e irritada como ha descubierto la miseria, la diaria humillación, la corrupción inverosímil de este grupo de gente, sino en la luz súbita que arroja sobre la naturaleza del problema que ellos plantean. El joven escritor nos permite penetrar en los misterios del alma musulmán. Ahora sabemos hasta qué punto este es un problema no solamente económico, sino también moral.

El libro termina confusamente, con una parábola al gusto oriental. Ella, como todas las parábolas, encierra muchas interpretaciones y a la postre no sabemos qué sentido le da el autor. En realidad, solo podemos concluir que su novela es un expediente acusatorio contra la sociedad por la penosa situación en que se encuentran los norargelinos.


–Glosado y editado–

Texto originalmente publicado el 18 de diciembre de 1955.





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Julio Ramón Ribeyro fue Escritor y poeta