El peatón tiene derechos y deberes como parte de la convivencia urbana y social. El Reglamento Nacional de Tránsito, en varios de sus artículos, precisa que tiene derecho de paso en las intersecciones semaforizadas, o cuando los vehículos giren a la derecha o a la izquierda, con la luz verde, el paso por el crucero peatonal; pero él prefiere buscar atajos o caminar en línea diagonal para cruzar la calle o la avenida. Somos un poco perezosos, ansiosos, impacientes e impetuosos, y no llegamos hasta los pasos de cebra. Somos parte de esta Lima bizarra envuelta en la cultura combi.
De las obligaciones, se afirma que el peatón debe circular por las aceras, bermas o franjas laterales, según el caso, sin invadir la calzada ni provocar molestias o trastornos a los demás usuarios, excepto cuando cruce o encuentre un obstáculo que esté bloqueando el paso. Debe evitar transitar cerca del sardinel o al borde de la vía.
Debe cruzar la avenida por la zona señalizada o demarcada especialmente para su paso. En las intersecciones no señalizadas, el cruce debe realizarse de forma perpendicular a la vía que cruza, desde una esquina hacia otra. Y en vías de tránsito rápido de acceso restringido, es imperativo utilizar los puentes peatonales o cruces subterráneos.
Pero todos los días hacemos lo contrario a lo que dice la norma. El peatón camina apurado y zigzagueando por las calles, tropieza, empuja, pide disculpas; no se disculpa, camina por la calzada, esquiva los autos, torea las motos, sortea los autobuses, atraviesa la vía intempestiva o temerariamente y listo, llega a su destino. O, en otro escenario, destruye poco a poco los cercos de metal de los corredores (avenidas Brasil y Alfonso Ugarte, por citar algunas) para abreviar el tramo que debe transitar.
Y, fiel a esa pereza, no utiliza los puentes en las vías de alto tráfico y peligrosidad. Una data de la empresa Rutas de Lima precisa que el 41% de los atropellos a peatones en la Panamericana Norte y Sur el año pasado ocurrió a menos de 100 metros de un puente o cruce peatonal, por lo que pudieron haberse evitado. La imprudencia del peatón es la cuarta causa de los accidentes de tránsito, según el reporte del Observatorio Nacional de Seguridad Vial del Ministerio de Transporte y Comunicaciones.
El peatón está al margen de la norma porque toda esta temeridad e impaciencia descrita en los párrafos anteriores están calificadas como faltas muy graves y graves en el reglamento de tránsito, sancionadas con multas que varían entre los S/24 y S/148, y que son cobradas por el Servicio de Administración Tributaria de Lima. Se ha intentado multar directamente al peatón, pero en la práctica resulta imposible porque el desorden ya se ha instalado en las vías de la ciudad. Se necesitarían miles de policías y fiscalizadores para poder armar toda la logística sancionadora, ni siquiera en forma aleatoria. Solo veamos cómo se inspecciona a medias a los colectiveros en la avenida Javier Prado.
Se ha criticado en exceso que Lima no es una ciudad para peatones porque no existen los espacios adecuados. Para revertir este problema, en varios distritos y en el Centro Histórico se promueve la movilidad peatonal como parte de la planificación urbana. Se cierran calles, se siembran árboles y se convierten en espacios de desplazamientos sin contaminación acústica ni emisión de gases tóxicos provenientes de la carga vehicular. Se intenta con ello que el peatón tenga un paseo más sosegado y disfrute caminar. Es un buen comienzo, pero el comportamiento arriesgado en las calles es una historia que se repite, que nos sorprende e indigna.