El día de ayer se reveló, por segundo mes consecutivo, una cifra de crecimiento económico menor al 1%, lo que explica la proyección gubernamental del magro crecimiento que se espera para este año.
Coincidentemente, la semana pasada se hizo público que la pobreza disminuyó solo 1,1 puntos porcentuales, luego de que el año pasado la economía creciera 3,9%. Ciertamente con tasas de crecimiento anual promedio de 3% entre el 2014 y el 2017 no se pueden hacer avances significativos en la disminución de la pobreza. Y de manera similar, tampoco es posible crear empleo formal ni dotar al Estado de la recaudación que requiere para sus programas sociales, remediar la crisis del sistema de salud pública, mejorar el nivel educativo y aliviar la falta de infraestructura física. La solución para cambiar este desolador panorama es una sola: aumentar fuertemente la inversión privada y pública.
Hace menos de una década los economistas nos decían que el crecimiento potencial de la economía peruana era del orden del 6% por año, y, en efecto, en los 12 años que precedieron al 2014 y la desaceleración, el Perú creció a una tasa anual promedio de 6,1% por año, lo que hizo que en dicho período la economía duplicara su tamaño en términos reales. Hoy, sin embargo, para que el Perú logre ese mismo resultado con las tasas actuales tendría que transcurrir casi un cuarto de siglo.
Poco podemos hacer hoy para remediar el tremendo bache que ha significado mantener por cuatro años una tasa menor a la mitad de lo que fue nuestro potencial de hace diez años. Lo que sí podemos hacer es asegurarnos de que en adelante todos los esfuerzos se concentren en recuperar un ritmo de crecimiento como el que un país con la fortaleza macroeconómica del Perú está en condiciones de obtener. No podemos permitir que el bache en que nos encontramos se siga prolongando.
En nuestra región existen muchos ejemplos del desastre social y económico que ocasionan estos largos períodos de crecimiento raquítico. Conocemos además la causa: una mezcla de populismo y desmanejo económico. Tenemos en la Argentina el ejemplo más dramático. En efecto, a comienzos del siglo pasado, aparte de Inglaterra, Argentina tenía un ingreso por habitante superior a la mayoría de los países de Europa. Desde entonces la distancia con los países desarrollados se ha ido agrandando debido a las políticas que inauguró Juan Domingo Perón, santo patrono de todos los populistas del mundo. Por ello el Nobel Paul Samuelson solía referirse a este fenómeno como “el milagro del estancamiento argentino”. En el Perú fue también un germen populista el responsable de que el país se estancara por tres décadas. ¡El país tuvo que esperar hasta el 2005 para recobrar el mismo ingreso por habitante que tuvo en 1975!
No cabe duda de que las restricciones para que en el Perú se genere un salto dramático en su crecimiento no son económicas sino institucionales y políticas. Hoy existen proyectos mineros viables que implican inversiones por más de 21 mil millones de dólares y cuya puesta en marcha puede generar, en seis años, un incremento en el PBI de 67 mil millones de dólares; es decir, un tercio del tamaño actual de toda la economía peruana. Existen también otros 20 mil millones de dólares en proyectos paralizados o de lenta ejecución. Se tienen proyectos nuevos viables en carreteras y vías urbanas que no requieren cofinanciamiento del Estado, además de proyectos de transporte urbano masivo que pueden emprenderse rápidamente con asociaciones público-privadas. La puesta en marcha de estos proyectos tiene la potencia dinamizadora para generar un aumento enorme en la recaudación fiscal futura.
Finalmente, el Perú tiene la ventaja de tener un gran bono demográfico que se manifiesta en los más de 250 mil jóvenes que se integran anualmente a la fuerza laboral. Esto implica que la proporción de la población en edad de trabajar, con relación a la compuesta por niños y adultos mayores, estará en aumento en los próximos años. Sin embargo, ese bono demográfico se desperdicia por la falta de creación de empleo formal que originan los baches en el crecimiento de la economía y las carencias educativas y sanitarias de la población. Así, al no solucionar el problema de la desaceleración, se despilfarra el bono demográfico aumentando al mismo tiempo la tensión social que genera el tener a millones de peruanos trabajando en empleos informales de bajísima productividad.
En resumen, el Perú enfrenta hoy un gran reto político: salir de la trampa del lento crecimiento e impulsar al país hacia un círculo virtuoso de progreso. Ojalá que nuestro Congreso y el Ejecutivo unidos enfrenten con patriotismo este reto.