“Un mito trágico y una leyenda de opulencia mecen el destino milenario del Perú, cuna de las más viejas civilizaciones y encrucijada de todas las oleadas culturales de América”, señaló el historiador Raúl Porras Barrenechea en su extraordinario ensayo “Oro y leyenda del Perú”. Para Porras, nuestra riqueza aurífera era “un sino telúrico” que arrancaba de las entrañas de los Andes, millares de años antes que el hombre apareciera sobre el suelo peruano. Sin embargo, y como muy bien sabemos, el Perú fue mucho más que ese oro ahora ensangrentado por la avaricia asesina. Reflexionando, justamente, en torno a nuestra estela legendaria, además de nuestra apabullante diversidad y riqueza histórica, que no deja de sorprender, volví a esa frase de León XIV respecto a lo que el Perú puede ofrecer al mundo. No hay más que recordar el efecto que tuvo la papa, en sus miles de variedades, en el destino de Europa. Porque muchos, tal vez, ya olvidaron que mientras el oro del Perú alimentaba la maquinaria bélica imperial en la cual también participó el Estado Vaticano, fue un humilde tubérculo domesticado en el corazón de los Andes el que alivió el hambre mundial. Años después, el fétido guano, depositado por siglos en la costa peruana, fertilizó los campos europeos posibilitando su extraordinaria revolución agraria, mientras a nosotros nos tocó lidiar con la bancarrota fiscal y el caos político.

Es en ese azaroso devenir histórico de un país con un nombre de origen incierto que un desgarrado Inca Garcilaso de la Vega inscribió en las páginas de la historia planetaria, para salvarlo del olvido, que, de acuerdo con Porras, los “agentes de disolución y dolor” coinciden en el Perú en “un sentimiento agónico de muerte” y de perpetua “resurrección”. Las noticias que llegan del Perú “son cosa de sueño”, escribió desde Panamá el licenciado Espinosa a Carlos V, apenas apresado Atahualpa en Cajamarca, quien, bueno es traerlo a la memoria, fue el primer secuestrado en pagar el rescate más fabuloso del que se tiene noticia en tiempos de la primera y brutal globalización. Porque lo del último inca fue una suerte de pacto de sobrevivencia que los secuestradores traicionaron.

Y hablando de un Perú global, presente ahora como una huella indeleble en el centro de la Iglesia universal, es una feliz coincidencia que aparezca el primer libro, editado por Alberto Vergara y Adrián Lerner, con un título que nos remite a esa dimensión no solo ignorada sino tan poco explorada, a pesar de las decenas sino centenares de historias, algunas aterradoras, que colocan al Perú en el mapa mundial. En “Perú global: explicar el Perú con el mundo”, Vergara y Lerner, de la mano de un puñado de notables académicos, no solo se atreven a explorar nuevas fronteras y a desprovincializar una narrativa que, lamentablemente, se sigue mirando el ombligo, sino que nos hacen recordar los extraordinarios aportes de peruanos en la historia universal, entre ellos el de Julio C. Tello. En breve, el objetivo central de este valioso libro, editado por Planeta y el Fondo Editorial de la Universidad del Pacífico, es enfatizar las conexiones, los flujos, los puntos de encuentro, las pasarelas y carruseles que atan lo global a lo peruano, lo local a lo transnacional, lo idiosincrático a lo cultural. Y vaya si con creces lo logran en este texto excepcional.

Y dentro de esa lógica global, llevada a sus límites, no solo por el legado de una conquista donde se cristalizó la fantasía de una ciudad recubierta de oro (Cusco), somos parte del horror planetario y en una escala superlativa. Tanto por la ausencia de instituciones sólidas como por una corrupción, funcional a un sistema prebendario instalado tempranamente en el Perú. Los asesinatos de esta semana en Madrid, Ciudad de México y Washington, junto al horror vivido en Gaza, Ucrania y últimamente en Haití, gobernado por bandas criminales, no nos son ajenos. Lima, entre otras ciudades peruanas, sufre de una rapacidad y violencia inhumana que ahora es global, pero que en nuestro caso responde, también, a la ineptitud y la frivolidad local.

Y es cierto que estos tiempos demandan de un equilibrio entre la mente y corazón para luchar por la sobrevivencia de nuestra especie, pero también de esos detalles como lo fue llevar zapallo loche, king kong y algarrobina hasta el mismísimo Vaticano, exhibiendo esa ternura nutritiva que, también es muy nuestra, y que ahora en tiempos de muerte, destrucción y barbarie resulta de urgencia vital.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es historiadora

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