(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

Confieso que recién compré polos y casacas de la selección el día del primer partido mundialista del Perú. Había estado muy ocupado y lo postergué hasta casi el último momento. Fui muy temprano a un centro comercial porque la noche anterior quisimos adquirirlas pero solo quedaban tallas imposibles en todas las tiendas que visitamos. En una de ellas nos dijeron que al día siguiente por la mañana les llegaría un cargamento con todos los tamaños. Efectivamente así fue y vestimos la blanquirroja.

Confieso también que el furor producto de la clasificación me causa una enorme ambivalencia. La contagiosa alegría y renovado orgullo nacional contrasta con la apatía con la cual tratamos otros asuntos –quizás más importantes– de nuestra sociedad. Solo doy una rápida mirada al panorama político y de un sopapo bajo a tierra. Adiós euforia. Entiendo también por qué a muchos les gustaría que Ricardo Gareca fuera entrenador de todos los peruanos. Después de todo, una parte esencial de su trabajo fue sacar a los mermeleros del equipo nacional e insistir en el esfuerzo, la capacidad y el rendimiento.

¿Es correcto apostar en el fútbol como fuente de identidad nacional? Cuando tocamos este tema en el curso que dicto sobre realidad nacional muchos alumnos me preguntan sobre cuáles deberían ser las “verdaderas bases” sobre las que se construye la peruanidad. No creen que asuntos como el deporte y la gastronomía tienen la madera (o seriedad) suficiente como para cumplir con este esencial cometido.

Yo, en cambio, soy bastante ecléctico en este asunto. El deporte, la gastronomía y los paisajes son fuentes válidas, como también son la historia compartida, el patrimonio arqueológico y monumental, los mártires, los personajes ilustres, entre otros. Es que la cuestión de fondo no es tanto los supuestos valores intrínsecos de una u otra fuente, sino cómo cada una de ellas logra unirnos en esfuerzos conjuntos para mejorar y hacer más grande al país.

Hace unos años, el historiador Manuel Burga nos recordó que para Jorge Basadre existía nación cuando hay un proyecto colectivo asumido por todos como pasado, presente y futuro. El énfasis está puesto en la palabra proyecto, lo cual nos remite a un conjunto de esfuerzos orientados a metas compartidas. Si queremos que el Perú sea una potencia futbolística, entonces tenemos que trabajar un conjunto de asuntos que van desde la alimentación de nuestros niños (¡el 44% entre los 6 y 35 meses sufre de anemia!) hasta el reflotamiento del fútbol profesional. Así superaríamos los entusiasmos del momento y apostaríamos por resultados que cambien al país y no solo al balompié.

Ese ha sido el camino –aún inconcluso– trazado por la nueva generación de cocineros desde los años noventa. Todos sabíamos que comíamos rico, pero no éramos muy conscientes de que esto era posible gracias a una serie de condiciones que teníamos que preservar y defender. Comenzando con nuestra realidad física y climatológica, pasando por nuestra cultura heterogénea y diversa, por el pequeño productor agrario que se ha resistido a la uniformización, la creciente capacitación de nuestros cocineros, el incremento en la inversión en restaurantes, entre muchos otros factores.

No hay que olvidar que los integrantes del sector gastronómico fueron de los grupos que más criticaron las semillas transgénicas, respaldando la moratoria a su importación en favor de nuestra diversidad biológica. Es un camino al que aún le falta mucho por recorrer, como bien me hizo notar el economista Jorge Medicina, con respecto a nuestros recursos marítimos. Él lleva años denunciando la situación desastrosa de la pesca en el país.

Cualquiera que sea la fuente de identidad nacional, resulta evidente que debe traducirse en un profundo respeto a nosotros mismos y nuestro país. Las imágenes han dado la vuelta al mundo: hinchas peruanos entusiastas, organizados, respetuosos, solidarios que inclusive limpiaron el estadio a pesar de la derrota y eliminación. ¿Por qué no hacemos lo mismo acá, en nuestro hogar nacional? Tenemos que querernos a nosotros mismos. Solo así trataremos a nuestra tierra y compatriotas como si fuéramos un permanente país anfitrión de un Mundial.