Editorial El Comercio

Desde que fue elegido presidente del Perú, el interés del exmandatario boliviano por los asuntos internos de nuestro país aumentó considerablemente.

Como prueba de ello no solo están sus constantes declaraciones sobre las coincidencias que lo unían al golpista, sino también la frecuencia con la que muchos de sus allegados visitaron nuestro país entre el 2021 y el 2022 para participar en distintas actividades políticas. Como informó ayer , en los dos últimos años se registraron al menos 27 visitas a nuestro territorio por parte de 12 operadores bolivianos. Y por lo menos una decena de ellas no fueron registradas por los controles migratorios. ¿Por qué?

Uno de los practicantes de esta especie de turismo proselitista ha sido Cecilio Máximo Ilasaca Quispe, otrora coordinador del Viceministerio de Descolonización de Bolivia. Durante sus viajes, Ilasaca se ha dedicado principalmente a exponer sobre “descolonización”. “Hay que hacer política para tomar el poder. En tomamos el poder gracias a la conciencia del pueblo”, dijo en una asamblea en Cusco en el 2021, y, en adelante, sus presentaciones han girado en torno del mismo tema.

Se trata, además, de un discurso que el mismo Morales ha promovido en más de una oportunidad y en el que ha insistido tras el golpe de Estado de Pedro Castillo y la posterior asunción de como presidenta de la República. Desde sus redes sociales y en discursos pronunciados desde nuestro país, Morales ha hablado sobre las protestas (algunas veces violentas) que se han desatado en múltiples regiones del Perú describiéndolas como una contra el “Estado colonial”. Asimismo, en línea con las bases de su , con el que plantea la construcción de una “América plurinacional”, ha aseverado que, más que una reforma constitucional, nuestro país necesita una “refundación”.

Como es evidente, el expresidente boliviano tiene el derecho de sostener las opiniones que prefiera, incluso si estas están claramente divorciadas de la realidad, como sus constantes alusiones sobre la situación de Pedro Castillo. Lo que, sin embargo, sí es condenable es que haciendo uso de su condición de ex jefe de Estado de un país vecino busque agitar las masas en nuestro país, a través de una agenda política que pretende valerse de la crisis que el Perú atraviesa a fin de llevar agua para su molino.

Esta situación se agrava si se considera que, como sostuvo esta semana el ministro de Defensa, Jorge Chávez, la inteligencia del Estado ha identificado “que han ingresado no solamente con la intención de azuzar la violencia, sino [de] integrar esa idea separatista de una parte del país”. Una versión que confirmaría que estamos ante nada menos que una estrategia para sembrar el caos en determinadas regiones de nuestro país con el objetivo de darle tracción al proyecto de Morales.

No podemos olvidar, además, que el exmandatario boliviano no es ningún ejemplo de democracia ni de respeto a las instituciones. Su intento de interpretar ‘auténticamente’ la Constitución del país altiplánico –que él mismo promulgó en el 2009– para perpetuarse en el poder, a pesar de que esta explícitamente le impedía presentarse a una tercera reelección presidencial y a pesar de que él mismo había asegurado que no tentaría esa posibilidad si el pueblo boliviano no se la otorgaba en un referéndum (como efectivamente ocurrió en el 2016), es ampliamente conocido en toda la región.

Durante años, nuestro país se ha preciado de mantener relaciones diplomáticas saludables con sus vecinos. En gran parte, esto se ha sostenido en el respeto que hemos mantenido por la democracia y el Estado de derecho en toda América Latina. La expectativa es que los demás países nos extiendan la misma cortesía. Evo Morales, como expresidente de Bolivia, hace todo lo contrario cuando mete sus manos en la política peruana. Esto tiene que parar.

Editorial de El Comercio