Para el psicoanálisis matar al mensajero es un mecanismo de defensa relativamente primario, que se presenta cuando el sujeto es incapaz de lidiar con la realidad y, en un arranque de emotividad, trata de escapar de ella silenciando al portador de la noticia.
Así resulta que el ministro Urresti le acaba de regalar –nuevamente– tema de conversación a los psicoanalistas peruanos.
El día de ayer este Diario publicó que los policías que conforman la unidad Terna, la misma que el ministro había descrito como “un grupo de élite” ante cuyo solo nombre ya estarían “temblando” los delincuentes de Lima, habían sido enviados a la calle sin completar la formación necesaria para desempeñar tan sensible labor. Solo la mitad de los tres años de estudios que la ley requiere para suboficiales de la policía (de “élite”o no) fueron cumplidos por estos jóvenes efectivos. De hecho, según uno de los integrantes de esta unidad y dos de los instructores de la escuela de policías de Puente Piedra, ni siquiera han sido capacitados adecuadamente en el uso de armas. A lo que se suma, como resaltó el general (r) Luis Montoya, fundador del grupo Terna en el 2003 y ex director general de la PNP, que los muchachos que actualmente conforman esta unidad no han llevado cursos de inteligencia. Por su parte, el currículo oficial de estudios de nuestros suboficiales (tal como fue publicado en el informe de la Defensoría del Pueblo del año pasado, en el que también se contaba que muchos de ellos terminaban sus estudios al tercer semestre) señala que es justamente a partir del cuarto semestre que se empiezan a llevar cursos tan básicos para un policía como los de formación técnica en uso de la fuerza, control de multitudes, leyes sobre criminalidad, técnicas de investigación o tráfico ilícito de drogas.
Enfrentado por estos hechos, el ministro optó por intentar matar al mensajero. Cuando en la mañana de ayer diversos periodistas le pidieron que se pronuncie sobre nuestro informe, el señor Urresti respondió, entre otras cosas, las siguientes: “[La información proviene] de un medio gigante, que es una sola cabeza con varios tentáculos”. “[En la prensa] muchas veces hay libertinaje”. “Hay gente que la ha tenido fácil y que en base a herencias ha logrado lo que tiene”. “[en El Comercio] hay un interés”. “El doctor Miró Quesada, que en paz descanse, está que se da de vueltas en su tumba [...] toda su herencia se ha ido al otro extremo, el más vil”.
También aprovechó para hablar de los niños de Comas, que gracias a su gestión ahora pueden (dice el ministro) salir tranquilos a las calles.
La locuacidad que al ministro le sobró para atacar a este Diario, sin embargo, le faltó para justificar la falta de formación de su ‘grupo de élite’. “Sobre esto no voy a decir nada”, sentenció, y le cedió la palabra al director general de la Policía Nacional, quien elaboró una entreverada explicación en la que terminó confirmando nuestro informe. Este último afirmó que los policías “estudian tres semestres presenciales, más un año en la práctica”. Posteriormente dijo que los agentes de Terna son “novatos que tienen que ir adquiriendo la experiencia de los antiguos”. Y precisó que “esta modalidad (en la que los policías no completan los tres años de estudios reglamentarios) viene desde el 2005”. Así de simple: como si la repetición continuada pudiese convertir un error en un acierto y pasando por alto que durante la gestión de Óscar Valdés –como él mismo precisó ayer a nuestros periodistas– se intentó corregir este problema, pues llevaba a que saliesen a las calles policías insuficientemente preparados.
En sus 175 años este Diario ha visto suficiente como para reconocer bien al tipo de político en el que se ha convertido el señor Urresti –el ilusionista– o como para dejarse intimidar por sus intentos de distraer a la ciudadanía de sus errores, intentando enlodar a la prensa que los da a conocer.
Algo sí le reconocemos al señor Urresti: está desempeñando el rol para el que fue llamado. Después de todo,al nombrarlo el presidente dijo que lo llamaba para combatir “la percepción” de inseguridad que tiene la ciudadanía y, bueno, para combatir percepciones basta generar otras percepciones. No debe, pues, extrañar que el señor Urresti actúe como el director de una gran obra épica, en la que va moviendo personajes y plantando efectos dramáticos a fin de hacer pensar a los peruanos que está volviendo más seguro el país. Y, claro, el problema surge cuando la épica le acaba saliendo una opereta y la prensa empieza a poner esto de relieve.
Opereta. Como cuando nos trata de vender a un grupo de jóvenes alumnos que no han culminado sus estudios como una “unidad de élite” policial que en “unas semanas” producirán resultados contundentes. O cuando sostuvo que se había inmovilizado de un solo golpe más de 24 millones de pies tablares de madera ilegal, a pesar de que esto resultaba imposible porque hubiese supuesto la incautación de la mitad de la producción maderera anual. O cuando nos hizo creer que había encontrado 400 kilos de coca en lugar de los 138 kilos de yeso que tenía al frente. O cuando afirmó que durante el último año se detuvo a 160 mil delincuentes y se desarticularon 4.767 bandas delictivas, lo cual resultó increíble pues habría supuesto que cada día se detuviese a 438 personas y 13 bandas. O cuando proveyó al presidente Humala de extravagantes cifras sobre seguridad que luego fueron desacreditadas con argumentos muy convincentes por especialistas en criminalidad y ex ministros.
Por lo demás, no podemos dejar de notar que, a pesar suyo, el señor Urresti parece saber que acá,como en cualquier medio o grupo de medios, no existe más poder que el que decidan prestarnos con su confianza nuestros lectores. Una confianza que no se puede heredar, sino que se gana cada día precisamente con revelaciones como esa que ayer incomodó tanto a nuestro ministro del Interior.