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Adiós a un gran diplomático
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José Antonio García Belaunde falleció este viernes 4 de julio en Madrid, España, donde se desempeñaba como agregado ad honórem de la Embajada del Perú desde el 2021. La muerte no lo encontró retirado, sino haciendo aquello a lo que dedicó la mayor parte de sus 77 años de vida: la diplomacia. Joselo, como lo llamábamos todos, fue uno de aquellos peruanos que contribuyeron a darle al servicio diplomático peruano el prestigio y el reconocimiento que hoy tiene en el ámbito mundial, una tradición que incluye, entre otros, a nombres como Javier Pérez de Cuéllar, Raúl Porras Barrenechea y José Luis Bustamante y Rivero.
En lo que respecta al Perú, Joselo fue canciller entre el 2006 y el 2011, durante el segundo gobierno de Alan García, y desde allí desempeñó un papel fundamental para integrar comercialmente a nuestro país con las economías más grandes del mundo (a través de una serie de TLC), y para acabar con un asunto que durante dos siglos había generado problemas con nuestros vecinos: la delimitación de fronteras. García Belaunde no solamente inició la demanda peruana ante La Haya para resolver el diferendo marítimo con Chile, sino que fue uno de los agentes que representaron al país en aquel exitoso proceso, cuyo ejemplo cobra hoy más vigencia que nunca en momentos en los que el mundo parece haber renunciado a la diplomacia para arreglar sus disputas territoriales a través de las balas y las bombas.
Pero su legado en el plano internacional tampoco fue menor. Como recordó ayer Sergio Díaz Granados, presidente de la CAF, Joselo fue uno de los diplomáticos que ayudaron al avance de la integración andina y el autor intelectual de uno de los bloques más exitosos de los últimos tiempos: la Alianza del Pacífico. Su última entrevista concedida a este Diario, en agosto del 2024, deja constancia además de sus convicciones democráticas, preocupado hasta el final por la situación de Venezuela (con una tiranía que ha aplastado los resquicios democráticos y ha generado una de las mayores oleadas migratorias en la región) y creyente irredento de que nunca debíamos renunciar a los canales diplomáticos para resolver las diferencias con otros países.
Su partida, lamentablemente, ocurre en un muy mal año para la diplomacia y la globalización, cuando los discursos de aislacionismo empiezan a ganar tracción en el mundo y la fuerza y la coacción parecen haber desplazado al diálogo y al multilateralismo. Su ejemplo, sin embargo, queda y es el que debe alumbrarnos en estos momentos oscuros.