(Foto: Reuters)
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Enzo Defilippi

Todos tenemos sesgos. Creemos que nuestros hijos son más bonitos, inteligentes y simpáticos de lo que realmente son; que no es tan grave pasarse la luz roja de vez en cuando; y que el árbitro es un vendido por no haber cobrado ese penal que tú sí viste. Según el psicólogo conductual Dan Ariely, ello se debe a que no podemos evitar que nuestras motivaciones influyan en el color con el que vemos la realidad.

Estos sesgos se exacerban cuando tenemos incentivos para tenerlos. Tomemos como ejemplo la crisis financiera del 2008. Si alguien gana mucho dinero vendiendo bonos subprime, ¿no tenderá a verlos como una inversión mucho más segura que lo que realmente es? ¿No racionalizará hasta encontrar razones por las que tiene sentido financiar la compra de casas a quienes no tienen manera de pagarlas? Claro que sí. Con los incentivos correctos somos capaces de inventar la excusa que sea necesaria para hacer las paces con nuestras conciencias.

Por eso veo con preocupación que algunos inversionistas institucionales (que reciben bonos cuando las cosas van bien) señalen que la tremenda caída en la rentabilidad de los , que se produjo el último trimestre del año pasado, se debió a nada. Que crean que solo se trató de una sobrerreacción motivada por factores psicológicos, y que la muestra es que las cotizaciones se han recuperado desde inicios de año.

Un análisis menos sesgado les permitiría entender que los mercados cayeron por preocupaciones plenamente justificadas sobre la robustez del crecimiento de la . De acuerdo con el , hace un año el 75% de esta se venía acelerando. Hoy, el 70% se está desacelerando. ¿Por qué? Por varias razones, pero principalmente porque existe incertidumbre sobre cómo afectarían a China los riesgos que ya se divisan en el horizonte; y, en particular, sobre cómo una desaceleración más pronunciada de su economía (responsable de gran parte del crecimiento global en los últimos años) afectaría al resto del mundo. Es que, de no llegar pronto a un acuerdo comercial satisfactorio con Estados Unidos (las negociaciones están estancadas desde hace meses), sus exportaciones se verán perjudicadas, y con ello, su nivel de inversión, consumo y empleo. Esto, a su vez, tendrá repercusiones en Alemania y el resto de Europa, donde gran parte de su magro crecimiento se explica por exportaciones al gigante asiático.

Si a ello le sumamos que el alto nivel de endeudamiento de las empresas chinas las expone desproporcionadamente a un endurecimiento en las condiciones de financiamiento, el perjuicio que ocasionaría sobre economías emergentes como la del Perú la reducción de las cotizaciones de las materias primas y el efecto negativo que generará el ‘brexit’ en la economía europea (y por extensión, a la mundial), veremos que lo difícil de explicar no es por qué cayó la rentabilidad de los mercados financieros el año pasado, sino por qué ha rebotado en lo que va de este. El consenso entre los analistas es que los riesgos han aumentado, no que se han reducido.

Ahora, si para dormir tranquilo alguien necesita creer que todo sigue igual de bien, nada de lo que diga yo, el FMI o el mismo San Pedro va a hacerle cambiar de opinión.