En diciembre del año pasado, despedimos el 2014 recordando los siempre elusivos vaticinios sobre la bolsa, la economía y los precios en general. Por una buena razón: es sorprendente el espacio que comúnmente se dedica a los pronósticos y el poco seguimiento que se hace luego para comprobar si fueron acertados. Y el 2015 no ha sido diferente.
Empecemos, por ejemplo, con el crecimiento del PBI. En enero de este año, el presidente del BCR proyectó 4,8%, un pelo menos que el 5% del ministro de Economía. Mientras que el Banco Mundial y el FMI adivinaron, por esa misma época, cifras de 4,8% y 4%, respectivamente. Ahora estamos pujando para ver si pasamos de 2,7%.
No fue mejor la proyección del tipo de cambio, que cierra el año en S/.3,40 por dólar. Ya en abril del 2015, con el año bien adentrado, el consenso de 24 entidades (bancos y consultoras locales e internacionales), reunidos en el informe Latinfocus, promediaba los 3,15. Citigroup y Economist Inteligence Unit propusieron 3,05. El más agresivo fue BBVA Research, con 3,27. Nadie imaginó lo que vino después.
Del mismo modo, todo el rollo de que los efectos del ‘tapering’ gringo y las tasas de la FED estaban asumidas por el mercado no sirvió de mucho para detener la caída de 35% de la bolsa de valores en el 2015. Una pérdida atroz, que se suma a las ocurridas en los dos años precedentes. Con lo cual, desde diciembre del 2012, la BVL ha perdido más del 50% de su valor.
El 2015 arrancó con el petróleo a US$56 el barril, un mínimo, se dijo entonces, que no se veía desde el 2009. ¿Y adivinen qué pasó? Se cayó hasta los actuales US$37. Muy por debajo de los US$57 que anticipaba en enero el banco central.
Estas diferencias no son esporádicas. Los analistas económicos sobrestiman reiteradamente sus capacidades de anticipar el futuro. Impunemente, puede decirse, porque rara vez se les pide cuentas por estos atrevimientos.
Particularmente peligrosos son los vaticinios que se basan en la creencia de que algo ha tocado fondo y ya no puede empeorar. En el mejor de los casos, se trata del buen deseo de que a un año malo debe seguir uno bueno.
Si usted escucha, por ejemplo, que el cobre, en su nivel actual de US$2,14 la libra, no puede bajar más, considere que desde 1988 su precio promedio ha sido de 1,8. Mientras que el oro, otra de nuestras exportaciones top, ha tenido un precio menor al actual en 80 de los últimos 100 años. Y el petróleo, a pesar de estar como está, tiene hoy un precio que es el doble del que llegó a tener en diciembre de 1988.
Para imaginar lo que se viene, en consecuencia, es mucho más útil revisar la historia reciente y desconfiar de las proyecciones sofisticadas. En términos generales, los pronosticadores seriales y los bancos de inversión saben tanto o incluso menos que usted sobre lo que el futuro le deparará.
Para el 2016, haga mejor caso a sus propias intuiciones y realidades. Manéjese con cautela y sospeche del optimismo desbordado. En particular, desoiga sin dubitaciones las promesas electorales de empleos por millones, crecimiento asegurado y fórmulas desarrollistas, porque el mercado es imposible de anticipar. Y guarde pan para mayo porque, como ya habrá podido comprobar, eventualmente mayo llegará.
Libertad para los presos políticos en Venezuela.