¿Desastre natural o humano?, por Richard Webb
¿Desastre natural o humano?, por Richard Webb
Richard Webb

La geografía peruana viene con extraordinarias riquezas y oportunidades, pero también con desafíos, como son los terremotos y el recurrente fenómeno de calentamiento climático llamado El Niño. Aunque se trata de fenómenos conocidos y repetidos, cada vez que se presenta un terremoto o un fenómeno de El Niño, hablamos de un “desastre natural”. Lo que escondemos de esa manera es que no hemos estado a la altura del desafío. 

Hace tres semanas el presidente Rafael Correa de Ecuador llamó la atención sobre el exitoso trabajo preventivo de construcción de seis megaproyectos hidráulicos, con diques, drenes, represas y canales, realizado por su gobierno en años recientes. El resultado de esa obra está a la vista y pone en evidencia el elemento humano del desastre que viene sufriendo el Perú.

Si comparamos el impacto esperado en el Perú de El Niño actual con el impacto que tuvo el mismo fenómeno en los años 1982 y 1983, llama la atención el poco daño económico que se proyecta esta vez. Como nunca antes, los medios nos están haciendo vivir y sentir el impacto humano de El Niño actual, experiencia que ha generado una inusitada respuesta de solidaridad, pero ese drama contrasta con la imperceptible reducción en la proyección del crecimiento productivo.

Las proyecciones oficiales y las de los analistas privados siguen esperando un crecimiento productivo en el 2017, con una posible reducción de apenas un punto porcentual, sea de 4 a 3% o de 3 a 2% para el año. Ningún analista prevé una caída en el PBI este año. Por contraste, a estas alturas del año 1983 se anunciaba una caída de cinco puntos en el PBI como efecto de El Niño. Además del impacto productivo se proyectaba que El Niño de 1983 iba a duplicar la tasa inflacionaria, llegándose por primera vez en nuestra historia a una cifra de tres dígitos. Al final, la proyección de una caída drástica en el PBI se quedó corta. La caída resultó siendo el doble, no de 5 sino de 10%.

La explicación de resultados tan diferentes entre El Niño actual y el de 1983 es ilustrativa. Una diferencia evidente se encuentra en los contrastes de la economía en esos dos momentos. En 1983, la macroeconomía no pudo estar peor. Las cuentas fiscales se encontraban en fuerte déficit, la inflación sobrepasaba 7% cada mes, la deuda externa era enorme, el acceso a nuevo financiamiento se encontraba cerrado y el Banco Central casi no disponía de divisas. Además de la macroeconomía, el contexto político era de extrema dificultad, incluyendo el inicio del terrorismo.

Como sucede con cualquier organismo ya debilitado por una variedad de males, el efecto de un golpe externo es multiplicado. Hoy, por contraste, el organismo de la sociedad peruana cuenta con un conjunto de recursos y fuerzas que no existían en 1983, una macroeconomía sólida, un alto grado de consenso político y un gobierno local que casi no existía en 1983, y por todas esas razones se vuelve plausible la expectativa de un impacto limitado, un desastre menos “desastroso” de El Niño actual. Dos motivos adicionales muy humanos para esperar un costo menor esta vez serían, primero, la fuerte y novedosa reacción de solidaridad ya comentada y, segundo, la eficacia organizativa que viene demostrando el gobierno en el manejo del “desastre”.