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Dina, la frivolidad mata, una crónica de Fernando Vivas sobre la vacada expresidenta Boluarte
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A Dina no la mataron las protestas ni la iba a matar políticamante la economía u otro factor exógeno; sino algo que está muy dentro de ella: la frivolidad. Relegó la carga social del Estado por su afición a las alfombras rojas, los viajes en primera clase, las puertas giratorias, los encuentros con celebridades. Ese ‘pack’ ligero del poder, la perdió para siempre. Lo que hubiera sido sostenible en dosis protocolares, lo consumió en sobredosis letales.
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La adicción empezó una vez que se aplacaron las protestas en el verano del 2023 y se aseguró en el poder. El Congreso la facultó a viajar con una ley que permitía gobernar por vía virtual (al no tener vicepresidentes de reemplazo, no podía ausentarse). Se volvió ‘yonki’ de los viajes al punto que estuvo a punto de cambiar de nombre oficial al año 2024 por ‘Año de la reactivación económica’. Ello no prosperó en decreto supremo -quedó como Año del Bicentenario de la Constitución de 1823- pero viajar se convirtió en su prioridad de política pública: la cancillería y el ministerio de Comercio Exterior le procuraron todas las invitaciones posibles. Se repitió, como una letanía, que una presidenta viajera atrae inversiones.
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Héctor Villalobos analiza a fondo los hechos políticos que definen la agenda, cada miércoles.
“Rolex y alhajas eran adornos sobre la piel, el cambio debía ser mayor. La frivolidad, aunque parezca un contrasentido, puede ser tan profunda que penetra en la piel. Entonces, Dina se hizo una cirugía”
Para atraer capitales externos, tenía que lucir bella, asumió la viajera. El gobernador ayacuchano, Wilfredo Oscorima, lo entendió antes y mejor que nadie: la convenció de que debía estar regia en sus citas multilaterales y le regaló -o prestó, según confesión presidencial- Rolex y alhajas. Pero esos eran adornos sobre la piel, el cambio debía ser mayor.

La frivolidad, aunque parezca un contrasentido, puede ser tan profunda que penetra en la piel. Dina se hizo una cirugía. En lugar de dejar a la vista las huellas de la fatiga y del tiempo, que quedan muy bien en una mujer o en un hombre de Estado que hace su chamba, quiso lucir lozana y se estiró.
La factura fue altísima. No me refiero a la que, gracias al escándalo, pudo cobrar coactivamente el cirujano Mario Cabani, sino a la crítica pública que encogió su aprobación al margen de error de las encuestas, entre 1% y 3%. Tan nimia y tan precaria resultó la primera presidenta del Perú, que cualquier sobredosis de frivolidad se la podía traer abajo aunque estuviéramos tan cerca de las elecciones.

Número desconocido
La última sobredosis, la que se la trajo abajo, resultó de su visible renuencia a asumir la crisis de inseguridad como prioridad de su agenda.
Tan a regañadientes hablaba de ello que, ante el reclamo de los transportistas y sus paros de ‘motores apagados’, soltó una simpleza grotesca, una recomendación que a las víctimas de los extorsionadores sonó a insulto: ‘eviten contestar a números desconocidos’.
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Minimizó el miedo nacional a un consejo de párvulos. Estuvo por debajo del umbral de empatía que sostiene a un gobierno y así fue leído por los partidos y bancadas en campaña electoral. La frivolidad -habrán pensado tardíamente- puede ser contagiosa.
No entraron a tallar las múltiples sospechas de corrupción encarnadas en su hermano Nicanor Boluarte; sino la maldita frivolidad. Que una sobredosis de esta sea considerada causal de incapacidad moral permanente es un debate meramente jurídico; la fuerza de la mayoría calificada acomodará las interpretaciones de la Constitución y del Reglamento del Congreso para que todo haga sentido.
En nombre de la seguridad nacional se han hecho golpes de Estado puros y duros. En cambio, una vacancia express y con argumentos estirados, podría ser -si Boluarte lleva su caso al TC- validada en lo esencial por el tribunal. Ya hemos pasado por esto y pareciera que aún no salimos. Cambiaron las caras y los presidentes, pero no el problema.
Si le sirve de consuelo a Dina Boluarte, el Congreso ha sido tan o más irresponsable que ella. No la ha vacado porque se vieron embargados de una indignación genuina ante su falta de empatía con la angustia nacional.

Ha sido un efecto dominó de campaña electoral en la que todo candidato quiere lavarse de su relación con ella: Renovación Popular anunció vacancia queriendo lucirse como antidinista, y el resto de bancadas, en especial la fujimorista, no le dejar pavonearse con la exclusividad. Pero el pretexto, coartada o motivo es hechura de la propia Dina. No escuchó a quienes le pedían moderar su lado frívolo. Es más, si los tuvo en sus primeros meses de gobierno, los apartó para reemplazarlos por ‘chicheñores’ y ‘chicheñoras’.
El pronóstico para Boluarte es todo menos frívolo. No puedo verlo con ironía; pues la tradición nacional manda ser muy severo, hasta cruel con los ex presidentes. Alguna de su docena de carpetas fiscales podría activarse al punto de que acabe como la primera habitante de Barbadillo. El Ministerio Público tiene ese abanico de expedientes y delitos para escoger y ella no tiene ni bases, ni bancada, ni partido, ni pueblo, ni embajadas amigas, ni muchos leales que se inmolen.
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