El ex mandatario tiene una orden de restricción de salida del país por 18 meses, debido a una investigación por lavado de activos. (Foto: Alonso Chero/El Comercio)
Rafaella León

Esta mañana, el Tercer Juzgado de Investigación Preparatoria ordenó la detención preliminar por 10 días contra el ex presidente , en el marco de la investigación que se le sigue por el presunto delito de lavado de activos en el marco del caso Odebrecht. Hace unas semanas, El Comercio conversó con el ex mandatario. Aquí la crónica.

Hace veinte años empezó a escribir sus memorias. En inglés primero. Ahora las reescribe en español –siempre a mano– sobre libretas de papel amarillo. Por estos días le da forma al último capítulo: su versión sobre el final de su gobierno. “Esto se perdió desde el primer día”, dice a los periodistas de El Comercio a los que da una entrevista después de 11 meses de silencio. Es una buena frase con la que podría iniciar un capítulo que parece recién estar entendiendo y que resume el momento en que lo perdió todo: el gobierno, la libertad para salir del país, mover su dinero en el banco, la posibilidad de cumplir un proyecto presidencial que debía durar cinco años, el apoyo de una ciudadanía que él mismo, aislado y con un Congreso todopoderoso y hostil, traicionó.

El de PPK fue un gobierno que terminó mucho antes del 21 de marzo del 2018. Y algún guionista de Netflix podría estar dispuesto a contarlo. Alexandra, la segunda hija de Kuczynski, se ha reunido dos veces con representantes de la plataforma de streaming, asegura el ex presidente.

–A ver si los últimos acontecimientos tienen suficiente carne para Netflix –nos dice.

–¿Qué actor podría hacer del personaje de PPK? –preguntamos.

–Lo podemos vestir a Salvador del Solar… Va a necesitar algún ingreso después de que salga del premierato.

–¿Y con qué escena empezaría usted?

–Por el final.

PPK no quería renunciar. “Lo pensé. Si hubiera persistido, me hubiese podido salvar de la vacancia”. Reconoce, sin embargo, que mantenerse en el cargo habría sido cuestión de meses. Quizá semanas. “Cometí errores. Me faltó ser mucho más confrontacional. Soy un tipo tranquilo, pensé que hablando se podían lograr resultados”. Vive convencido de que los videos que hicieron que todos nos preguntemos quién era Moisés Mamani fueron un montaje. “Los que me tumbaron deben dar una explicación, no yo”. Asegura que la primera vacancia fue orquestada por Keiko Fujimori para evitar el indulto a su padre. “Cuando le conté a Vargas Llosa que indultaría a Fujimori, se puso furioso y me dijo que yo era un traidor a la democracia”. Que la Comisión Lava Jato de Rosa Bartra hizo “un copy paste” de lo que ya había sido investigado. “Yo he sido la víctima de mi inocencia al creer que con lo que se había respondido era suficiente”. Le angustia el desorden y siempre tiene cerca los expedientes de sus casos, incluyendo uno que reúne información sobre los aportes a sus campañas. “A la fiscalía uno debe ir preparado”.

Está al pendiente de lo que dirá Jorge Barata a fines de abril.

—El último capítulo—
No se sentía tan agobiado financieramente desde que estudiaba Economía con una beca en el Reino Unido, allá por la década de 1950. Un juzgado anticorrupción dispuso el congelamiento de sus cuentas bancarias por movimientos, destinos y procedencias de fondos que los fiscales se han propuesto descifrar, como en un rompecabezas, desde hace más de un año. Vive de préstamos de amigos y le incomoda que sus hijas deban hacerle llegar dinero. Solo así puede pagar a los abogados el ex banquero de Wall Street que no sabe qué uso darle a su billetera.

Por ahora todo lo que tiene PPK son sus memorias acumuladas en una esquina del escritorio. Le preguntamos si ha incluido algún capítulo en el que se pregunte en qué momento se le ocurrió entrar en política, querer ser presidente. Acaso si diez años de campañas desgastantes valieron la pena para los 20 meses que gobernó en Palacio y para acabar investigado por casos de corrupción. Si no hubiese preferido llegar a los 80 años y jubilarse al lado de su esposa Nancy, en cualquier parte del mundo, y no teniendo que pisar fiscalías polvorientas que le provocan asma y un aburrimiento insoportable.

Salvo para esas diligencias y la cena de los martes con su grupo de íntimos, casi no sale de su casa en San Isidro. Más de un año atrás se sentaban en su despacho de la primera planta congresistas, ministros, inversionistas chinos, su entonces vicepresidente Martín Vizcarra. Hace dos meses volvieron a verse en el mismo despacho de la calle Choquehuanca. Hablaron de economía. Casi sin recordar que hubo tiempos mejores. Sigue pensando que fue traicionado, que se conspiró para sacarlo de Palacio y que, sin embargo, “la historia juzgará quién hizo qué”.

—La soledad del poder—
El hall de entrada, los pasadizos, el jardín de su casa, eran una feria de gente entrando y saliendo, coordinando la agenda llena de reuniones, discursos, compromisos, inauguraciones. Los amigos estaban. Un año después, los amigos desaparecen. Hoy un guardia dormita en la puerta, un jardinero fiel cuida las gardenias, una mujer cocina de lunes a viernes. Por estos días, ha venido de visita la hija menor de PPK: Suzanne, estudiante de Veterinaria en Princeton. “Dear Suzy” es el título de las memorias que el ex presidente quiere publicar este año. Ella lee en la piscina de una casa que su padre ya no puede mantener.

Niega que esté deprimido, dice que no necesita terapias de ningún tipo, que lo único que le hace falta es poder usar un cajero electrónico de nuevo y que su esposa “pueda venir sin que la asusten con ir a la fiscalía”. Mientras tanto, algunos fines de semana maneja hasta su casa de Cieneguilla, donde ha ido aumentando la cantidad de animales que tiene hasta formar una suerte de zoológico privado. En el camino de regreso piensa que retirarse de la política para ser criador de llamas, gallinas, tortugas, perros, carneros, conejos exóticos y centenares de cuyes no está tan mal.

No le gusta hablar de la soledad del poder. Acaso porque sabe que peor es la soledad cuando el poder se ha perdido. Algo de eso debe haber descubierto al terminar de leer la biografía de Andrew Roberts sobre Churchill, un compendio magnífico de intrigas políticas durante la Segunda Guerra Mundial. De haber leído ese libro tres años antes, dice Kuczynski, quizá seguiría hoy sentado en Palacio.