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Puntos de Convergencia, la columna de Alonso Cueto
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Si uno creyera, como Ortega y Gasset, en la identidad de los pueblos, podría deducir la de cada uno de los países que nos regalaron un monumento en nuestro primer aniversario, hace poco más de cien años. Fieles al fútbol, deporte que inventaron, Inglaterra nos donó el antiguo Estadio Nacional, hecho de madera. España nos obsequió el Arco Morisco, parte esencial de la cultura hispana, vinculado a todos los andaluces que llegaron desde inicios de la Conquista. Japón, un país con vocación imperial, nos donó el monumento de Manco Capac en La Victoria. China nos ofreció la Fuente de las tres razas, que hoy todavía ocupa parte del Parque Central de Reserva. No es de extrañar considerando el culto de la China a los jardines, y el modelo del legendario parque Xiwei, donde se podía encontrar el elixir de la juventud. Italia, como señalando nuestro impulso de mirar el pasado y el arte, nos ofreció el Museo de Arte Italiano que hoy mira como un contrapeso la severidad de la fachada del Palacio de Justicia. Francia donó la Estatua de la Libertad y Bélgica la Estatua al Estibador.
Los inmigrantes alemanes por su lado, nos regalaron una torre con un gran reloj. Los habitantes del país del culto a la filosofía y la puntualidad, imaginaron ese regalo, situado junto a la universidad de San Marcos, como un modo de ordenar el mundo y a la vez recordar el paso del tiempo. Un reloj es un espejo interminable.
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Desde el 12 de agosto, gracias a Prolima, que ha restaurado el monumento, la Torre vuelve a existir como un punto de la ciudad. Después de un trabajo que ha durado ocho meses y un equipo de treinta especialistas, la institución de la Municipalidad de Lima, que dirige Luis Bogdanovich, ha hecho que regrese a la vida este punto de referencia urbana. Hoy da la hora y tiene unas escaleras hasta donde puede llegarse al teclado que toca el Himno Nacional dos veces al día. El asunto no es menor porque una ciudad se define por sus puntos de referencia. Los monumentos son una propiedad común, unos centros de convergencia, aquello que diferencia una urbe. Por desgracia, hoy ya nadie construye plazas y teatros sino solo centros comerciales.
A propósito, vale la pena resaltar la temporada de ópera que está desarrollándose en el Teatro Municipal, ya desde hace un buen tiempo, gracias a la estupenda gestión de Miguel Molinari. El próximo 29 se estrena allí Carmen, la bella historia en la que el amor aparece como un “ave rebelde”. Luego sigue un gran programa a lo largo de todo este año y el siguiente.
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A propósito de todo, el aniversario 118 de la Sociedad Filarmónica, presidida por Salomón Lerner, es un gran acontecimiento. A lo largo de su historia, desde aquel sábado 30 de noviembre de 1907, la Sociedad Filarmónica ha traído a los mejores músicos del mundo. En setiembre tendremos los conciertos de dos grandes pianistas: de Anne-Marie McDermott y de Claire Huangci, seguidos por el cuarteto de cuerdas Allegro.
Esa calidad en las presentaciones de la SF nos recuerda aquello que Lerner en su discurso afirmó: “Que todavía hay lugar para el recogimiento, para la contemplación, para la alegría, de sentir juntos las intensas y diversas olas de la experiencia humana.“
Monumentos, teatros, conciertos. Arquitectura, música. Espacios de unidad y de integración. Zonas de formación de una comunidad. Eso que algunos luchan por preservar.

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