El escritor acaricia a la fiel Cayetana, compañera de rehabilitación tras un reciente accidente. Cosas de "la luna negra", señala con humor Fernando Ampuero. (Foto: Nancy Chappell/ El Comercio)
El escritor acaricia a la fiel Cayetana, compañera de rehabilitación tras un reciente accidente. Cosas de "la luna negra", señala con humor Fernando Ampuero. (Foto: Nancy Chappell/ El Comercio)
Enrique Planas

Varias veces he conversado con sobre sus dolencias sufridas. Sin embargo, si hay en el escritor limeño un mal incurable, este es el llamado síndrome de Stendhal, reconocible por la sensación de vértigo, temblores, alucinaciones e incluso desvanecimiento cuando, como le ocurrió al célebre escritor francés, nos exponemos a ciudades u obras de arte de insoportable belleza.

"Se trata de una experiencia de plenitud. Uno no se espera tanta belleza acumulada en algún lugar", admite. Por ejemplo, recuerda, aquella primera visita a Florencia, cuando recorría asombrado sus calles. Todo era bellísimo: las esculturas, las arquerías, la música de los clavicémbalos saliendo de las trattorias, la joven empleada del hotel que le llevó el desayuno a su habitación, perfecta copia de Sophia Loren. Ampuero estaba pasmado: aquella muchacha fue clave para justificar un desvanecimiento ante lo sublime.

—¿La belleza puede llegar a ser insoportable?
Bueno, todo ángel es terrible decía el verso de Rilke: la belleza es solo ese grado de lo terrible que aún podemos soportar.

—El mal y la belleza—
"¡Qué rara manera de empezar esta entrevista!", comenta el escritor. En efecto, es extraño hablar de belleza cuando revisamos el argumento de "La bruja de Lima", libro donde Ampuero da cuenta de lo que le sucedió poco antes de cumplir los 50 años: tras un cólico miserere, diferentes médicos le diagnostican cáncer y le pronostican seis meses de vida. Esta es la historia de un hombre racional y cartesiano que, rotos todos sus esquemas, accede a tentar soluciones mágicas. Brujerías, nada menos.

Una moto furtiva lo atropelló hace unas semanas y hoy el escritor se restablece de sus heridas. Mientras tanto, presenta "La bruja de Lima", libro que revela otro de sus flirteos con la muerte y su mágica recuperación. (Foto: Nancy Chappell/ El Comercio)
Una moto furtiva lo atropelló hace unas semanas y hoy el escritor se restablece de sus heridas. Mientras tanto, presenta "La bruja de Lima", libro que revela otro de sus flirteos con la muerte y su mágica recuperación. (Foto: Nancy Chappell/ El Comercio)

—Hablaba del síndrome Stendhal porque si bien "La bruja de Lima" es básicamente un libro sobre tu lucha contra el cáncer, es también un testimonio sobre la alegría de vivir persiguiendo la belleza.
Ambos discursos están muy ligados, las confesiones de diario íntimo, donde vas contando las cosas que te ayudan a escapar de las cavilaciones terribles sobre la muerte, cuando vives sabiendo que tienes fecha de vencimiento.

—Al escribir tus memorias, ¿hablar de ti es un pretexto para hablar de otras personas?
Porque me percibo dentro del mundo en que me muevo: mis sueños, mis aficiones, lecturas, todo lo que me incita a vivir. La verdad, no me he dado cuenta de cómo fui contando esta historia. Pero sí, la mano ha corrido suave y he dejado que las cosas entren y salgan: episodios, reflexiones y, sobre todo, el encuentro con Hilda, una mujer maravillosa.

—Hoy se habla mucho de la autoficción...
Palabreja que detesto.

—En tu caso, este libro es, más bien, un reportaje sobre ti mismo. ¿Cómo lo defines?
Es un relato autobiográfico, interrumpido por confesiones propias del diario íntimo. Puede ser una definición que no alcance, pero se acerca…

—Cuentas que antes de escribir un cuento, sueles ponerlo a prueba contándolo en reuniones, viendo cómo reaccionan tus contertulios. ¿Esa práctica te ayuda para contar tus memorias?
Para una memoria es más difícil, a menos que sean los cuentos que vengo trabajando a partir de "Lobos solitarios", historias autobiográficas reales, que no contienen ningún detalle de ficción, pero que asumo con el tratamiento del cuento, el relato o la crónica literaria. Algunos de esos cuentos los he contado en entrevistas y conferencias, y si veo que la gente reacciona de una manera determinada, pienso que funcionan. Y paso a escribirlos, pensando cuál es la versión que más me acomoda, la más eficaz.

—La bruja buena—
En la memoria de Ampuero, la curandera gitana Hilda le roba el protagonismo. Un personaje misterioso, difícil de conocer y seguirle el rastro, que somete al autor a tratamientos tradicionales tan extraños como es la pasada del huevo. Y, como testimonia Ampuero, con estos huevos ella pudo extraerle monstruos bañados en brea. "Fue el pintor José Tola, amigo de toda la vida, quien me puso en contacto con ella. Yo estaba bastante desalentado por los diagnósticos médicos. De 21 ganglios, once tomados por el cáncer me fueron removidos. Pero luego, las tomografías mostraban centenares de manchas que evidenciaban una metástasis de la enfermedad. Me sentía sentenciado", recuerda.

—¿Optaste por la magia cuando todas las demás opciones estaban cerradas?
Todas las demás vaticinaban mi muerte. "Vaya viendo sus finanzas", me decían los médicos. Y entonces, Hilda toma mis manos y se pone a conversar con mi sangre. Y mi sangre le dijo que no me iba a morir. Estaba flaco, pálido, con las mejillas hundidas. Desconcertado, no la tomé muy en serio, pero poco a poco me fui metiendo. Después vinieron los ritos, como la pasada de huevos. ¡Una ridiculez suprema, una superstición inadmisible para un hombre civilizado! Sin embargo, decidí acatar el proceso. Y allí fueron apareciendo estas cosas increíbles. La gente creerá que son fabulaciones, pero ya lo digo: soy un escritor de ficción, pero de filiación realista. Ella me fue ayudando a recuperar el ánimo. Después fui descubriendo muchas más cosas.

—¿Como cuáles?
Me sorprendió muchísimo cuando llegó a la casa de Hilda una muchachita linda, que creerías completamente sana, pero ella no la quiso atender. Dijo que estaba muy atareada. Y cuando se fue, ella se puso a llorar. La joven murió a las tres semanas. Hay algo en el ejercicio de la intuición, de la percepción, hay misterios y poderes en la mente que no hemos explorado con la exhaustividad que se merece. Hay algo allí.

—¿Crees que la magia salvó tu vida?
No, yo creo en la medicina. A mí me ha salvado la medicina moderna occidental. Con sus operaciones y sus vainas. Pero también ha cooperado muchísimo la medicina tradicional, la magia. Como en una ruleta, apuestas tus fichas en cada número del tablero, a ver si alguna funciona. Sé que habrá mucha gente, muchos lectores que van a tomar esto con sorna y escepticismo, con la clásica risita limeña. Pero yo corro el riesgo, porque yo lo he vivido y sé de lo que hablo.

—¿Y qué decir de "la luna negra", la causa de todos los males según Hilda, la bruja gitana?
Es una metáfora. Son palabras para expresar el mal, que llega y te toca. Por ejemplo: yo me iba a tomar un desayuno en la Tiendecita Blanca a las 9 a.m. con un grupo de amigos escritores. Miro a ambos lados de la calle y nada. Y de pronto, mientras cruzo, sale una moto en una curva enloquecida. El tipo vestido de negro parecía un heraldo de la muerte. El golpe me hizo volar cuatro metros, produciéndome doble fractura de cadera. Por suerte, no hubo problemas en las manos ni en la cabeza. Ya lo decía Voltaire: "En la vida todo es peligroso, incluso la prudencia" [ríe].

​Más información

Título: “La bruja de Lima”.
Autor: Fernando Ampuero
Editorial: Tusquets
Páginas: 106

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