Al conocerse en Lima la noticia de la muerte del ilustre marino Manuel Villar Olivera, ocurrida en el Callao el 17 de octubre de 1889, el escritor y periodista Federico Flores Galindo publicó este justiciero comentario: “El capitán de navío don Manuel Villar, que fue siempre la honorabilidad personificada, muere sin dejar fortuna, sino un nombre preclaro, sin mancha alguna y digno de eterna recordación. Su egregia memoria queda como un timbre de gloria para la patria, que no puede menos que colocar siempre coronas de laurel sobre el sepulcro del que fue vencedor de Abtao”. La vida de Villar (1809 – 1889) posee matices novelescos. Nace en Lima e ingresa en la Escuela Central de Marina en enero de 1825, a los pocos días de haberse sellado la independencia americana en la batalla de Ayacucho. Tiene como modelo de conducta naval a Martín Jorge Guise - austero, eficiente, leal- y se nutre intelectualmente con las enseñanzas del sabio contralmirante Eduardo Carrasco.
La turbulencia de los albores de nuestra vida republicana, con guerras internacionales e intestinas, obligan a una constante acción. En setiembre de 1828 el joven Villar se embarca en la fragata Presidente, a órdenes de Guise, para bloquear Guayaquil al estallar la guerra entre el Perú y la Gran Colombia. En esa jornada luce el valor sereno de Villar, quien solo contaba con 17 años de edad, cuando asalta y destruye la batería de Las Cruces perdiendo el ojo izquierdo en el audaz empeño. Años más tarde participa en la guerra contra Bolivia (1841) y, al mando de la barca Limeña, se apodera del puerto de Cobija. Ya como capitán de corbeta, en 1844, solicita licencia para probar suerte en la marina mercante y en esa actividad, patroneando una diminuta y añosa barca, da la vuelta al mundo. En 1847 se reincorpora a la Armada y desempeña diversos cargos. Comanda varios buques hasta que se inicia la guerra contra España que marcará el momento cenital de su vida de oficial de marina. Ya entonces era capitán de navío.
En diciembre de 1865 se le encomienda a Manuel Villar el mando de la escuadra peruana, que aliada con la chilena, debe combatir a los buques españoles que plantean exigencias inadmisibles que ofenden la soberanía y el honor de ambos países. Villar enarbola su insignia en la fragata Apurímac y, poco después, el 7 de febrero de 1866 los aliados se enfrentan a las fragatas de la reina Isabel II en Abtao (archipiélago de Chiloé) obteniendo una gran victoria. Villar dirigió sus buques con admirable pericia y por ello fue declarado “Benemérito a la Patria en grado heroico y eminente”. El colofón de esta osada aventura hispana será el triunfo obtenido en el Callao el 2 de mayo de 1866.
Todavía el veterano marino volvería a prestar señalados servicios a su patria. En plena guerra con Chile el jefe supremo Nicolás de Piérola lo nombra Secretario de Marina y es ascendido a contralmirante el 5 de enero de 1881. Villar organiza la defensa del Callao y apoya los esfuerzos de quienes con torpedos y otros artilugios logran destruir los buques enemigos Loa y Covadonga. En la batalla de San Juan dirige los fuegos de las baterías del Morro Solar hasta disparar el último proyectil. Luego del infortunio de Miraflores, Villar ordena la destrucción de los transportes peruanos y de la corbeta Unión para que no caigan en manos enemigas.
Los últimos años del héroe fueron de olvido, amargura y estrecheces económicas. En su retiro del Callao esperó en vano que los gobiernos que pasaban hicieran justicia a su brillante trayectoria de marino. No se le reconoció la jerarquía de contralmirante con la cual lo recuerda la historia y la gratitud nacional. En los momentos postreros de su vida, Villar reunió a sus hijos para decirles: “No os dejo fortuna pero sí un nombre limpio que no os avergonzaréis de llevar”. En el año 2016 se dispuso que sus restos fueran trasladados a la Cripta de los Héroes, cosa que debió haber ocurrido mucho tiempo atrás. Una provincia de Tumbes lleva su nombre. Villar, en primeras nupcias, estuvo casado con doña María Morales y, en segundas, con doña Ángela Arriaga.