Una constitución es el conjunto de reglas que regulan la vida social de una comunidad y no hay duda de que la primera juega un rol fundamental en la segunda; sin embargo, es un serio error conceptual reducirla a un solo documento constitucional. Las constituciones pueden clasificarse en dos grupos, las que están totalmente escritas en un solo documento y las que solo lo están parcialmente, siendo esta parcialidad complementada por dispersas y diversas fuentes, tales como sentencias de cortes constitucionales, prácticas legislativas, reglamentos orgánicos, etc. Al primer grupo le podemos llamar constituciones en un sentido restringido y al segundo constituciones en un sentido amplio. Me atrevo a decir que, actualmente, pocas constituciones son del primer tipo.
Esto último porque –citando a la Corte Constitucional Canadiense– las constituciones son entes vivos como lo es un árbol. Es decir, entes orgánicos que crecen y cambian, dando pie a interpretaciones y modificaciones que sean compatibles con el progreso y avance de una sociedad. Un claro ejemplo de esta afirmación es el reconocimiento del derecho a la protesta que desde hace poco tiempo es parte de la Constitución Política del Perú. El mismo que, sin embargo, no está considerado en el texto literal del documento constitucional, pero que fue incluido como parte gracias al Tribunal Constitucional.
Es claro que el Perú atraviesa una crisis política que puede ser atribuida a vacíos interpretativos y mal diseño en el documento constitucional, lo cual nos hace pensar en enmiendas y cambios. Sin embargo, un sistema jurídico y político tan joven como el peruano necesita tiempo y esfuerzo, y estas crisis son también oportunidades para esforzarnos y mejorar el sistema juntos, sin empezar desde cero. No podemos ignorar que el sistema constitucional del Perú, si bien imperfecto, ha creado condiciones de relativa estabilidad que muchos aprecian por diversas y válidas razones.
Ignorar esas razones impedirá mejorar las relaciones entre las distintas partes de la ciudadanía. Creer que, apelando a una asamblea constituyente, ahora sí vamos a tener personas iluminadas que puedan prever todos los posibles problemas interpretativos que el futuro nos pueda traer, olvida que las sociedades crecen y cambian al igual que sus problemas. Por ello una reforma parcial del documento constitucional –ahora que sabemos en qué puntos está fallando– me parece mucho más atractiva que una reforma completa del mismo.
Si las líneas anteriores no parecen persuasivas por ser de índole académica, pensemos en razones prácticas que deberían darnos pausas antes de pedir un cambio completo del documento constitucional. El sistema de partidos actual no pudo darnos –no exagero– ni la mitad de un Congreso cuyos miembros no tuvieran investigaciones judiciales muy serias. ¿Este mismo sistema de partidos nos proveerá de los asambleístas idóneos para reformar todo el documento constitucional? ¿Estos partidos, con serios problemas de corrupción, permitirían que se escriba una nueva constitución fuera de su control? No resulta inconcebible pensar que estos partidos promoverían agendas misóginas, homofóbicas, xenofóbicas, e incluso directamente criminales; riesgo que deberíamos ponderar antes de abogar por un cambio total como solución. Antes de pensar en una reforma del documento constitucional, pensemos en reformar nuestro sistema de partidos para que reflejen ideales de libertad e igualdad.
Una reforma parcial y significativa, en forma de enmiendas constitucionales, puede ser un punto de partida importante para la sociedad peruana. Juntemos a personas de la sociedad civil organizada, partidos políticos, exmiembros del TC, académicos, etc. y pensemos cómo avanzar juntos y de a pocos, para evitar que problemas como los que hemos vivido recientemente vuelvan a generar zozobra. La Constitución, en el sentido amplio, la hacemos nosotros y la podemos mejorar nosotros. Para ello no debemos empezar desde cero, solo debemos proponernos mejorar las cosas, siendo conscientes que, si bien no podemos prever el futuro, sí podemos tratar de ser dignos e inteligentes al enfrentarlo.
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