Ilustración: Víctor Sanjinez
Ilustración: Víctor Sanjinez
Marilú Martens

La situación de las mujeres en el Perú nunca estuvo mejor que hoy, pero está muy lejos de ser la óptima. El último jueves, en el Día Internacional de la Mujer, conmemoramos a las que no pudieron sufragar pero lucharon para que nosotras lo hiciéramos y a las que no se les permitía estudiar o trabajar pero también nos abrieron esa trocha.

Los pasos que quedan por dar son tan importantes y difíciles como los que dieron ellas, pero nos corresponde –tanto a las mujeres como a los hombres– tomar la posta en esta marcha, una de las muchas hacia el progreso de la humanidad.

¿Cuáles son los importantes pasos que faltan dar?

Que las mujeres podamos hacer nuestras vidas y andar las calles de nuestro país sin miedo. Hoy en nuestro país, según el Poder Judicial, cada minuto una mujer sufre violencia física y cada cuatro minutos una mujer es víctima de abuso sexual por parte de su pareja. También lograr que hombres y mujeres que cumplen las mismas funciones reciban una misma remuneración. Hoy en día en el Perú las mujeres reciben 30% menos de remuneración teniendo las mismas calificaciones y realizando el mismo trabajo.

¿Y por qué es tan difícil dar estos pasos tan obviamente necesarios? Las conductas de discriminación y violencia contra las mujeres son una extensión natural de una cultura que durante siglos adjudicó roles sociales a hombres y mujeres basándose en las condiciones físicas o naturales de ambos. Cambiar nociones tan profundamente engranadas en la consciencia colectiva, es un paso, por lo menos, difícil.

Lograr cualquier cambio a favor de la humanidad ha sido siempre una tarea difícil por una simple pero absurda razón: no cambiar es más fácil. Ante las razones que sustenten un cambio, buscamos alguna lógica que las contradigan. Cuando el sur de Estados Unidos apoyaba la tradición de la esclavitud, argumentaba sobre la superioridad divina de la raza blanca sobre la negra. Por su parte, los nazis enmarcaron el asesinato de judíos dentro de un esfuerzo por perfeccionar la raza humana.

Actualmente, quienes están en contra de una igualdad entre mujeres y hombres argumentan que Dios o la naturaleza otorgaron roles sociales a cada uno y que estos son necesarios para la conservación humana. Esto a pesar de la acumulada evidencia de la independencia entre los atributos físicos o biológicos, y los atributos sociales y culturales.

La educación es el más fuerte aliado de la justicia en contra del simplismo o la demagogia con los que tantas veces se resistió el cambio. La educación nos permite evaluar los argumentos, identificar injusticias aunque no sean cometidas contra nosotros mismos, y da a las víctimas de estas injusticias las herramientas para enfrentarlas. No es secreto que desde hace décadas nuestro país arrastra serios retrasos en educación, como tampoco es secreto que, en comparación a sus pares, el Perú es un lugar donde las mujeres viven en condiciones altamente desfavorables. No obstante, no se nos hace tan fácil ver la evidente conexión que existe entre estos dos lastres.

La posta en la maratón a favor de la humanidad está en que entendamos que ser hombre o mujer nos dota de atributos físicos y biológicos, pero no puede determinar ni los roles, ni los derechos, ni las oportunidades que cada uno tenga en la vida. El enfoque de la igualdad de género en la educación, si bien perfectible, es la herramienta más palpable a favor de esta meta. Lamentablemente, al día siguiente del Día Internacional de la Mujer, el Poder Judicial –la institución que por su naturaleza debe ser la primera línea de defensa de las mujeres en la protección de sus derechos y libertades individuales– falló en contra del esfuerzo por incluir la justa igualdad entre mujeres y hombres en la educación.

Hoy, en la lucha por la justicia en la humanidad, hay una batalla por la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, y en el Perú se está librando en el campo de la educación. Es un deber con la historia y con el mandato que el pueblo dio a este gobierno. Así, mi más sincero deseo es que el Ministerio de Educación tome la bandera de la justicia en su campo y sea recordado como uno de los grandes próceres de la justicia entre mujeres y hombres, en lugar de pasar a las páginas de los libros de historia como una de las taras que prolongaron la injusticia y el sufrimiento de sus víctimas.