Luis Mendiola

El 2 de abril de 2025, la administración Trump puso en marcha su denominado “Día de la Liberación”, anunciando un nuevo régimen arancelario unilateral sobre más de USD 1,3 billones en importaciones, con tasas de entre 15 % y 60 %. La medida fue presentada como un esfuerzo por “recuperar el control” del comercio exterior estadounidense, bajo una lógica de reciprocidad estricta. Sin embargo, tras fuertes presiones desde la industria tecnológica, el agro y los mercados financieros, la Casa Blanca decidió suspender su entrada en vigor por 90 días, abriendo una ventana para renegociaciones bilaterales caso por caso.

La suspensión no ha disipado las tensiones, sino que las ha profundizado en términos estructurales. EE.UU. ha ampliado sus restricciones tecnológicas a China, mientras Pekín impuso aranceles del 25 % a productos tecnológicos estadounidenses y evalúa limitar exportaciones clave. La polarización ha trascendido lo comercial: China reduce gradualmente su tenencia de bonos del Tesoro como parte de una diversificación de reservas. Aunque aún es un acreedor relevante, su margen de presión financiera es simbólico, pues una liquidación abrupta dañaría también sus propios activos.

Para un país emergente como el Perú, altamente expuesto a los flujos globales, el desafío no es redibujar el tablero internacional, sino navegarlo con inteligencia. Entender la lógica que guía este nuevo ciclo —más transaccional y menos predecible— es clave para reducir vulnerabilidades y, en ciertos casos, transformar la incertidumbre en ventaja.

¿Qué busca Trump?

Más que reordenar el comercio internacional con base técnica, la política arancelaria responde a una lógica de confrontación negociada. El objetivo no es alcanzar acuerdos estables, sino mejorar la posición relativa de EE.UU. en cada negociación individual. Esta lógica permite avances visibles en el corto plazo, aunque a costa de fragmentación sistémica y mayor incertidumbre global.

El contexto económico da sentido al momento elegido. Con un crecimiento del PIB de solo 0,6 % en el primer trimestre, caída sostenida de la inversión y una inflación subyacente por encima del 3,4 %, la economía estadounidense muestra signos claros de desaceleración. Modelos de la Reserva Federal de Nueva York y Goldman Sachs sitúan la probabilidad de recesión entre 30 % y 35 %. En ese escenario, el conflicto comercial sirve también como mecanismo de presión interna y estrategia de posicionamiento político.

¿Qué implica para el Perú?

El Perú, como economía abierta y exportadora neta de materias primas, se encuentra en una posición vulnerable pero también potencialmente ventajosa. La situación internacional lo afecta principalmente por tres vías:

Comercio exterior: el 35 % de nuestras exportaciones se dirige a EE.UU. y China. Una desaceleración en estos mercados reduce la demanda por minerales y productos agroindustriales.

Finanzas externas: la aversión al riesgo en mercados emergentes ha elevado el rendimiento de los bonos soberanos de EE.UU. por encima del 4,9 %, encareciendo el financiamiento para países como Perú.

Relocalización productiva: en medio de la fractura global, muchas empresas buscan nuevos destinos de producción. Perú, podría aprovechar sus acuerdos comerciales para atraer inversiones en ‘nearshoring’, si logra garantizar estabilidad institucional, logística eficiente y seguridad jurídica.

Para transformar esta coyuntura en una ventaja, el país debe actuar en tres niveles:

  • Aprovechar acuerdos existentes para diversificar destinos de exportación y reducir dependencia de EE.UU. y China.
  • Fortalecer la infraestructura y facilitar la inversión extranjera productiva, especialmente en zonas con potencial logístico y agroindustrial.
  • Construir una narrativa país coherente, donde el Perú se proyecte como un socio confiable, estable y abierto al mundo.
  • Convertir el problema en oportunidad

En este nuevo orden internacional, la eficiencia ya no se mide solo por costos unitarios, sino por resiliencia, adaptabilidad y capacidad de mitigar riesgos geopolíticos. Para una economía como la peruana, esta disrupción representa tanto una amenaza como una oportunidad.

Perú no definirá el nuevo equilibrio global, pero puede influir en cómo le afecta. La clave está en leer bien las señales, actuar con agilidad y no esperar que el mundo vuelva a un orden que ya no existe. En lugar de resistir el cambio, conviene reposicionarse en él. Apostar por sectores estratégicos como minerales críticos, energías limpias, servicios globales y agroindustria moderna, puede colocar al país en una nueva ruta de crecimiento, incluso en medio de la incertidumbre.

En tiempos de polarización, los países medianos y pragmáticos —capaces de dialogar con todos, proteger sus intereses y ofrecer confianza— pueden emerger como nodos clave en una economía mundial más fragmentada. Si el Perú asume ese rol, no solo resistirá el nuevo ciclo global, sino que podría beneficiarse activamente de él.

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Luis Mendiola es profesor de los programas de Finanzas de ESAN

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