Hace un año, en la noche de su victoria, Donald Trump prometió cerrar las heridas abiertas que había dejado la carrera electoral por la presidencia de Estados Unidos. En contraposición con la retórica inflamada de su campaña, Trump se comprometió a ser un presidente para todos los estadounidenses y le prometió al mundo “buscar caminos comunes, en vez de hostilidad, y alianzas en vez de conflictos”. Esa noche, muchos norteamericanos se fueron a dormir pensando que, después de todo, quizá sí sería posible recomponer el centro político y esperar una presidencia “normal” del flamante mandatario electo.
Qué lejano y ajeno a la realidad de los últimos 12 meses resulta el discurso de esa noche. En el poder, Trump ha continuado la retórica divisoria de la campaña electoral y ha alienado a buena parte de los aliados de Estados Unidos alrededor del mundo. Trump inició su presidencia intentando prohibir el ingreso al país de ciudadanos de siete países musulmanes. En política internacional se ha pronunciado en contra del acuerdo nuclear con Irán y ha escalado la retórica bélica con Corea del Norte, poniendo en riesgo el balance militar del planeta. La lucha contra el calentamiento global ha sufrido un duro golpe con la decisión del mandatario de abandonar el Acuerdo de París. En el frente interno, el presidente ha insistido en la construcción de un muro que separe a su país de México y ha intentado por todos los medios desactivar el Obamacare, la reforma de salud de Barack Obama, pese a no tener un plan alternativo coherente.
Frente a los ataques del presidente a las normas más básicas de convivencia política, la buena noticia de este primer año es que algunas instituciones claves de la democracia estadounidense han demostrado estar vivas y listas para dar la pelea. Las tendencias autoritarias de Trump se han topado con un robusto sistema de ‘checks and balances’, ya sea a través de la acción de los jueces –que, por ejemplo, han puesto límites a la prohibición de ingreso al país de ciudadanos musulmanes– o de las pocas voces decentes del Partido Republicano en el Senado que se han atrevido a disentir del presidente. Si durante una presidencia “normal”, ese sistema de contrapesos políticos cuidadosamente diseñado por los padres de la Constitución estadounidense podía llevar al inmovilismo, en estos tiempos funciona como la última barrera contra los arrebatos populistas de Trump.
¿Significa que la resistencia a Trump está recuperando la iniciativa política? El último miércoles, cuando se cumplía exactamente un año de su triunfo electoral, Trump tuiteaba desde China felicitándose por el primer aniversario de su victoria. El presidente obviaba que sus niveles de popularidad están alrededor del 38% –los más bajos en la historia moderna a solo diez meses de asumir la presidencia– y que el día anterior su partido había perdido las elecciones por las gobernaciones de Nueva Jersey y Virginia, entre otras carreras electorales. La derrota en Virginia es particularmente relevante, pues se trata de un estado que en el pasado reciente ha votado por ambos partidos y puede señalar un cambio de tendencia más profundo a favor del Partido Demócrata.
En el futuro cercano, el foco de la oposición debe estar en recuperar el control de la Cámara Baja del Congreso en el 2018. Eso permitiría poner un límite a los aspectos más tóxicos de la agenda de Trump. Según Nate Silver, del blog de estadística FiveThirtyEight, las perspectivas no son malas para los demócratas, que tienen que recuperar 24 escaños para alcanzar la mayoría. Esto lo podrían lograr apelando al voto urbano y suburbano que favoreció mayoritariamente a Hillary Clinton el año pasado. En las elecciones de medio término, los votantes tienden a ser más educados y de clase media, es decir, más demócratas.
El problema para los progresistas sigue siendo cómo encontrar un camino viable para recuperar la presidencia en el 2020. La participación es mayor en las presidenciales y los demócratas enfrentarán nuevamente el desafío de tener un mensaje claro para las clases trabajadoras blancas que se han sentido desplazadas y fueron determinantes en el triunfo de Trump. Ahí las perspectivas no son tan buenas. Pese a ser impopular, Trump mantiene la fidelidad de su electorado: solo el 6% de votantes típicos de Trump se arrepienten de haber votado por él.
El tema de fondo sigue siendo el mismo que hace un año. La sociedad estadounidense sigue polarizada en dos bandos que no conversan, enfrascados en sus propias cajas de resonancia, alimentados por las redes sociales y la prensa parcializada. La tarea más urgente sigue siendo regresar a la persuasión como herramienta central de la lucha política.