(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).

En mi artículo publicado el 12 de abril (“”) destaqué la importancia de tener coraje moral para no caer en la . Por coraje moral entiendo la capacidad ética de una persona para despreciar cualquier forma de corrupción. Gente que sabe decirle no a las tentaciones de los corruptos, pero que además está dispuesta a denunciarlos.

Esta actitud, que es un importante paso en la lucha contra la corrupción, es subjetiva, ya que depende del individuo. Tiene entonces que estar dotada de otros elementos objetivos, vale decir, instrumentos que permitan atacar la corrupción por diversos flancos. Por eso se requiere de una sólida institucionalidad que se instale dentro del sistema .

Hay personas que desean gobiernos autoritarios o dictadores para luchar contra la corrupción. Pero ha quedado demostrado que la mayoría de las dictaduras son corruptas precisamente porque no pueden ser fiscalizadas.

En cambio, en democracias consolidadas y con una institucionalidad sólida disminuye la corrupción pues existe una serie de mecanismos –internos y externos– de control. Estos se encuentran no solo en el Estado sino en la sociedad civil.

¿Entonces podríamos decir que a más democracia menos corrupción? No en todos los casos. En democracias débiles como la peruana, el terreno para el ingreso y consolidación de la corrupción está abonado.

Lo que sí ha quedado demostrado es que a más transparencia en la relación entre autoridades y ciudadanía hay menos corrupción. O esta queda prácticamente eliminada. Casos ejemplares de esto se dan en los países escandinavos: Noruega, Suecia y Dinamarca (que jugará contra el Perú en el Mundial). Y también en Finlandia.

Pero al lado de la transparencia, se requiere un sistema ordenado de rendición de cuentas (y cuando digo ordenado me refiero a que debe ser obligatorio). Toda autoridad debe estar obligada por ley a rendir cuentas de su gestión a la ciudadanía.

Durante la Cumbre de las Américas celebrada en Lima, el presidente afirmó que “la corrupción no solo repercute en la gobernabilidad, sino en el crecimiento y afecta, sobre todo, a los ciudadanos”. Por eso, a la ciudadanía hay que dotarla de instrumentos y de seguridades jurídicas para que una persona sepa que cuando denuncia, por ejemplo, a un policía corrupto, no le pasará nada.

También tienen que haber tribunales anticorrupción, como existe una fiscalía anticorrupción. A esta última se debe dotar de mayores recursos no solo económicos, sino procedimentales (los juicios de corrupción deben ser sumarios) y administrativos. Está bien que tengamos una policía fiscal, pero se debe crear una policía anticorrupción. Es decir, un cuerpo policial incorruptible que se enfrente a la corrupción en todas sus formas, así como se creó un cuerpo policial especializado en la lucha contra el terrorismo.

Como vemos, en la lucha contra la corrupción se requiere una serie de estrategias políticas, jurídicas, policiales y económicas. Pero además se necesita de una prensa independiente y libre de cualquier poder (sea político, económico o de cualquier índole).

En la reciente Cumbre de las Américas se aprobaron 57 medidas para combatir la corrupción en el continente. Estas tendrán que ser estudiadas e implementadas, esperemos que con éxito.

Mientras tanto, se sugiere que se implementen más cursos de ética en las universidades y escuelas. También que las empresas implanten un código de ética para sus propietarios, funcionarios y empleados, con severas sanciones si este es incumplido.

Como afirmó la presidenta de Transparencia Internacional, Delia Ferreira, la relación dinero-política es un tema clave. Las mafias empresariales financian a candidatos para que, en caso de llegar al poder, les puedan cobrar con obras públicas y otros negociados solo para ganar más plata (que, por lo demás, es ilegal).

Finalmente, todo empieza por la familia. Padres y madres inculcan valores a sus hijos, ellos luego a sus nietos y así sucesivamente. Así, uno puede estar orgulloso de sus padres, hermanos, abuelos e hijos porque sabe que no dependen de bienes secundarios, sino que las personas valen por lo que son y no por lo que tienen. Si todo fuera así, el Perú habrá cambiado para mejor.