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El régimen de Maduro agoniza
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La política exterior de Estados Unidos bajo la administración de Donald Trump ha adoptado un rumbo de pragmatismo y fuerza. Lo que en su campaña fue un discurso centrado en la inmigración irregular y el tráfico de drogas –problemas que, según su narrativa, erosionan la cohesión social norteamericana– se ha convertido hoy en una política activa hacia América Latina.
Con el respaldo del secretario de Estado Marco Rubio, Trump ha decidido llevar hasta las últimas consecuencias la presión sobre el régimen dictatorial de Nicolás Maduro. Al declararlo un “régimen narcoterrorista”, ha creado el marco legal para actuar sin aprobación del Congreso, bajo el argumento de defensa de la seguridad nacional estadounidense. En ese contexto, Washington ha desplegado una poderosa flota naval en el Caribe, frente a Puerto Rico y Trinidad y Tobago, muy cerca de las costas venezolanas.
Entre los buques se encuentra el portaaviones Gerald Ford, el más moderno de la flota norteamericana, acompañado de cazas y marines que realizan ejercicios militares continuos. El mensaje es inequívoco: socavar la cohesión interna de las fuerzas armadas venezolanas y disuadir a sus aliados regionales.
La estrategia busca provocar un quiebre interno en el círculo de poder chavista. La presión y la posibilidad de ataques selectivos podrían generar fracturas o deserciones en su cúpula. A la vez, Trump ha neutralizado al presidente colombiano, Gustavo Petro, aliado de Maduro, imponiendo sanciones personales y financieras a su entorno. Colombia, tradicional socio estratégico de Washington, enfrenta hoy un aislamiento inédito.
Es probable que veamos acciones puntuales dentro de Venezuela, ataques a centros logísticos o de inteligencia, sin una invasión abierta. Trump ha reiterado que no desea una guerra ni asumir el costo político de bajas estadounidenses. Su meta es derrumbar el andamiaje chavista sin repetir los errores de intervenciones pasadas.
La caída de Maduro tendría un efecto inmediato sobre el régimen cubano, que sobrevive gracias al petróleo venezolano y, en meses recientes, al apoyo mexicano. Para Washington, debilitar simultáneamente a Caracas y La Habana significaría reafirmar su liderazgo político en una región donde China y Rusia han ganado influencia.
En suma, Washington ha reactivado su presencia política y militar en América Latina con una agenda clara: contener a los regímenes autoritarios y promover el orden y la seguridad. El desenlace del régimen de Maduro será el termómetro de esa nueva etapa. Y con él, probablemente, el de toda una estructura regional que sobrevivió durante años al amparo del petróleo, la corrupción y el populismo armado.

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