
Érase una vez un Perú que, a pesar de sus desafíos, respiraba esperanza. Había menos angustia, menos polarización y más confianza en que la senda del desarrollo estaba al alcance. Aunque imperfecto, el país parecía estar en marcha hacia un horizonte prometedor. Hoy, sin embargo, vivimos en una época marcada por la incertidumbre y la frustración. La democracia se tambalea, las instituciones parecen quebrarse bajo el peso de intereses mezquinos y la ciudadanía oscila entre el escepticismo y la resignación.
Padecemos una crisis que no solo es política, también es moral. La corrupción, las economías ilegales y la instrumentalización del poder han infiltrado espacios públicos y privados. El Congreso, lejos de representar los intereses ciudadanos, parece operar como un club de privilegios. Las calles, testigos de protestas legítimas, ahora reflejan la violencia de la extorsión y el sicariato que amenaza a emprendedores, transportistas y colegios. Frente a este panorama, surge una pregunta incómoda que debemos responder urgentemente: ¿qué parte de este colapso hemos normalizado, y cuánto estamos dispuestos a tolerar antes de exigir un cambio real?
Debemos construir una ciudadanía más informada, solidaria y cohesionada. Las redes sociales, que muchas veces reflejan nuestra división, también pueden convertirse en espacios donde la frustración se transforme en propuestas y acciones concretas, articulando demandas colectivas con propósito y dirección. Pero no bastará con publicaciones y tendencias. Necesitaremos crear movimientos de impacto, verdaderos puntos de inflexión en los que la indignación digital se traduzca en fiscalización de proyectos municipales y exigencias de rendición de cuentas. Cada comunidad y pequeño acto ciudadano tiene el potencial de encender movimientos que impulsen una transformación profunda desde la base.
La educación cívica, olvidada por años, debe volver al centro de la agenda nacional. ¿Por qué no imaginar un Perú en el que cada estudiante pase por un programa estructurado de servicio social que lo vincule con las realidades del país? Esta u otra iniciativa similar cultivaría ciudadanos críticos y transformadores, preparados no solo para comprender los problemas, sino también para enfrentarlos con soluciones audaces.
Los líderes empresariales tenemos un papel crucial para innovar el ejercicio de una ciudadanía activa y articular con diferentes sectores la creación de espacios donde ideas que parecen imposibles se conviertan en realidades tangibles. Construyamos alianzas y generemos iniciativas que no solo promuevan el desarrollo económico, sino también restauren nuestro tejido social. Reconozcamos que el poder siempre ha estado en nuestras manos. Recuperemos la confianza en nosotros como agentes de cambio y devolvámosle la esperanza al Perú.
Así como alguna vez vivimos una época menos angustiante, ahora tenemos la posibilidad de trabajar unidos para tener la esperanza de un futuro mejor. El Perú no necesita héroes individuales, sino líderes y ciudadanos decididos a escribir la historia de la nación que merecemos y que sea el inicio del país que se atrevió a cambiar.