Urpi Torrado

Google ha anunciado su intención de invertir más de US$850 millones en un centro de datos en Uruguay, lo que representa un hito para la región. Esta será la segunda instalación de este tipo en América Latina, siendo Chile el primer país en albergar uno de estos centros desde hace nueve años. Este tipo de inversiones refleja cómo algunos países de la región se están posicionando como polos de tecnológica. Para que el pueda aspirar a convertirse en un referente en innovación, se debe partir por desarrollar una actitud innovadora a escala social y organizacional, permitiendo la creación de valor sostenible.

¿Qué entendemos por innovación? Según el Manual de Oslo, se define como la introducción de un nuevo o significativamente mejorado producto, proceso, método de comercialización o método organizativo dentro de una empresa. Es un proceso social que busca resolver problemas o necesidades a través de la generación de valor. No es simplemente crear algo nuevo, sino ofrecer soluciones que respondan a los desafíos actuales, agregando valor en diferentes áreas de la sociedad. En este contexto, la innovación va más allá de los recursos financieros. A través de su creatividad y aprendizaje continuo, el ser humano tiene la capacidad de innovar incluso con recursos limitados. El modelo de Dyer y Gregersen (2012) identifica cinco habilidades que poseen las personas innovadoras: asociar, cuestionar, observar, experimentar y establecer redes de contacto. Estas habilidades son necesarias para transformar ideas en soluciones prácticas.

Estas cinco habilidades se enmarcan dentro de tres dimensiones: cognitiva, valórica y relacional. La cognitiva está relacionada con la capacidad de adaptarse al entorno y de adquirir conocimientos para la toma de decisiones. La valórica responde a los valores que orientan el comportamiento innovador, como la propensión al riesgo y la disposición favorable al cambio. Por último, la relacional destaca la importancia del trabajo en red y la colaboración para el éxito de la innovación. Es decir, la innovación no es un proceso individual, depende de la interacción y confianza entre distintos actores dentro de una red.

Si el Perú aspira a convertirse en un polo de desarrollo e innovación, estas dimensiones deben ser promovidas y desarrolladas a escala nacional. La educación debe enfocarse en fomentar el pensamiento crítico y creativo desde edad temprana. Las empresas, por su parte, deben adoptar una cultura que valore el cuestionamiento y la experimentación, permitiendo a sus colaboradores proponer ideas sin temor al fracaso.

Además, la infraestructura tecnológica es un componente clave para fomentar la innovación. La inversión en centros de datos, como el que Google instalará en Uruguay, puede servir como ejemplo de cómo el entorno tecnológico puede atraer inversión extranjera y generar ecosistemas innovadores. Sin embargo, el desarrollo de estos ecosistemas no depende únicamente de la infraestructura, sino también de la actitud innovadora de las personas que forman parte de ellos.

Al reflexionar sobre el camino hacia la innovación, surge una pregunta inspirada en las discusiones en el reciente Congreso de Esomar en Atenas. Los griegos eran conocidos por su habilidad para reunirse y celebrar, y tenían una cultura del vino muy desarrollada. Su vino era tan fuerte que, antes de cualquier encuentro, decidían el propósito de la reunión: si era para filosofar o solo para pasar un buen rato. Dependiendo del objetivo, cortaban el vino con más o menos agua, ajustando la intensidad de la bebida a la ocasión. De la misma manera, el Perú hoy debe decidir qué dosis quiere ponerle a su actitud innovadora. ¿Queremos un país que se enfoque en generar cambios profundos a través de la creatividad y el conocimiento, o preferimos seguir en la comodidad de lo conocido, sin asumir los riesgos que requiere la verdadera innovación? Esta es una decisión clave para definir el futuro.






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Urpi Torrado es CEO de Datum Internacional