Martín  Tanaka

En los últimos años, en todo el mundo, discutimos con preocupación sobre la creciente relevancia política del como forma de acción política y también la de posturas de extrema derecha con tintes fascistas. En América Latina y en nuestro país ya hablamos hace un buen tiempo de la vuelta de nuevas formas de populismo, y también de la representación política de una derecha radical. Peor todavía, ya empezamos a hablar de las posibilidades de movimientos de claras orientaciones fascistas. En ocasiones, cuando nos quejamos de lo mal que funcionan algunas cosas en nuestro país, no habría que olvidar que siempre se puede estar peor.

¿Es una exageración hablar del riesgo del en nuestro país? Podría responderse que sí, pero también es cierto que el discurso fascista puede rápida e inesperadamente “prender” en el sentido común, más todavía en un contexto de desafección institucional generalizada, de bajísimas expectativas en nuestro liderazgo político y del práctico colapso de nuestro sistema de representación. Además, el discurso fascista se alimenta de desconfianzas, prejuicios, mentiras y mitos, por lo que es muy difícil debatir con ellos. Tampoco se trata de exagerar, de inflar un fenómeno político y terminar actuando a su favor, pero por lo menos habría que señalar que bajar la guardia y mostrarse ingenuamente confiado en que ese tipo de discurso no tiene posibilidades en nuestro país podría ser algo que lamentemos en el futuro.

Lo que tenemos ya plenamente instalado en nuestro país es una suerte de reaparición de un sentido común populista, que parecía curiosamente lejano. En medio del “giro a la izquierda” regional (gruesamente hablando, entre la elección de Hugo Chávez en 1998 y la caída de Dilma Rousseff en el 2016), dentro del cual resurgió también con fuerza una prédica populista, el Perú parecía una excepción. Caído el fujimorismo, ejemplo emblemático del “neopopulismo” de la década de los años 90, el Perú parecía marcado por preferencias centristas en los electores, por el mantenimiento de mínimos equilibrios institucionales entre las élites políticas, y por cierta legitimidad y continuidad de un sentido común orientado hacia el mercado, monitoreado por tecnócratas. Desde el 2016, se ha generalizado el rechazo al conocimiento experto, se ha privilegiado la apelación al conocimiento y la vivencia práctica por encima del “de escritorio”, la eficacia frente a los procedimientos, el recurso de invocar la defensa de los intereses, tradiciones, visiones, costumbres populares en contraposición a los de las élites, extranjerizantes, ajenas, impostadas, mezquinas, por lo que no habría que oír sus consejos, propuestas, críticas o advertencias.

Estas coordenadas discursivas se han ido extendiendo tanto entre sectores de derecha y de izquierda; una vuelta de tuerca adicional desde el 2021 es un creciente clima de polarización y confrontación entre algunos sectores, agresividad y violencia verbal, y también muestras públicas de intolerancia, como manifestaciones para impedir o boicotear presentaciones de libros, o en domicilios particulares de personajes públicos, por ejemplo. La línea que separa estas manifestaciones del riesgo del fascismo está en el uso de la violencia y del amedrentamiento físico como herramienta, así como en la generación de un discurso totalitario, que explote y politice sin escrúpulos, como decía anteriormente, los prejuicios, mitos y mentiras que suelen acompañar al discurso fascista.

Decía más arriba que no habría que magnificar, pero tampoco subestimar este desafío. Las fuerzas democráticas, en un sentido amplio, de izquierda y de derecha, deberían apelar a las restricciones legales con las que cuenta una democracia para defenderse de fuerzas de rasgos totalitarios. Y, sobre todo, atender el grave problema de representación que enfrentan algunas regiones y sectores sociales del país. En concreto, por ejemplo, ¿cuál es la oferta de los sectores democráticos para el desarrollo del sur andino? Si no existe ninguna oferta, no es de extrañar que los ciudadanos estén en busca de alguna que las fuerzas “del sistema” no le ofrecen. Ese es otro de los retos para los próximos años.

Martín Tanaka es profesor principal en la PUCP e investigador en el IEP

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