
Hasta finales del año pasado e inicios de este, los análisis más serios y ponderados de la política estadounidense ponían en duda que Donald Trump, presidente elegido en noviembre del 2024, implemente las ideas más radicales que había puesto sobre el tapete en campaña. No eran pocos, pues, los especialistas que aludían a alguna variante norteamericana del dicho criollo sobre la distancia del tono cuando candidato y cuando presidente: una cosa es con guitarra y otra con cajón.
Pero, en lo que se refiere a política de comercio exterior por lo menos, Trump ha superado las expectativas de los más fervientes nacionalistas de su entorno en menos de dos meses. Sus erráticos anuncios de aranceles contra México, Canadá y China han puesto las tradicionales reglas de comercio internacional de cabeza. La Unión Europea también ha sufrido amenazas arancelarias gratuitas, lo mismo que cualquier productor de cobre, agroindustria, acero, automóviles, semiconductores, entre otros. Amparado en una base legal dudosa, el presidente estadounidense maltrata arbitrariamente a países aliados y arriesga una guerra comercial similar a la que vivió el mundo a inicios de la década de 1930, esta vez con consecuencias potencialmente mucho más graves para todos dado el nivel de integración de las cadenas globales, incluyendo a los propios consumidores norteamericanos.
Más allá de la inevitable ralentización del crecimiento global, por el momento la improvisación y la falta de detalles sobre las medidas concretas hacen difícil trabajar un estimado respecto del potencial impacto que estos aranceles tendrían sobre el Perú. EE.UU. no es un destino demasiado relevante para nuestro principal producto de exportación –el cobre–, pero sí lo es para las agroexportaciones. Y ahí los detalles importan. El año pasado, por ejemplo, de los US$2.266 millones en arándanos exportados al mundo –nuestro cultivo estrella–, el 55% se dirigieron a EE.UU. La proporción es similar para uvas, el segundo cultivo en nuestro ránking agroexportador.
De aplicarse, hay espacio para que los detalles de los eventuales aranceles agrícolas en EE.UU. puedan perjudicar poco –o quizá incluso favorecer en algún producto como la palta– al Perú. Considerando que nuestras ventanas de producción son opuestas a las del hemisferio norte y que el blanco parece estar puesto sobre México más que sobre Sudamérica, la posición de la industria es expectante. Pero también es muy posible, por supuesto, que exista un golpe considerable que fuerce a los productores a buscar otros destinos en Latinoamérica, Europa y Asia.
En materia de comercio exterior, la ruta que ha tomado en EE.UU. es anacrónica, irresponsable y caprichosa. Mientras antes noten sus autoridades que los principales perjudicados serán sus propios ciudadanos, mejor para ellos y también para el resto del mundo.