Editorial El Comercio

En medio de una ola de frío para el recuerdo en Washington D.C., hoy el republicano toma el mando de EE.UU. por segunda ocasión. Su victoria sobre Kamala Harris, la candidata demócrata y vicepresidenta durante los últimos cuatro años, fue contundente en el sistema de colegios electorales y vino con una ligera mayoría tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Con la experiencia de su primer gobierno, es muy posible además que esta vez su legado sea más trascendente.

Respecto de la inmigración, promete “el programa más grande de deportaciones de la historia” y hacia afuera, Trump intentará forzar un rápido final a la guerra entre Rusia y Ucrania demandando concesiones de Kiev. Sus primeras interacciones con sus vecinos, Canadá y México, han sido con un tono de confrontación antes que de cooperación y respeto. En cuanto a China, Trump parece haber intentado algo más de autocontrol frente al gobierno de Xi Jinping.

Lo que llamó más la atención en las últimas semanas, sin embargo, fue una suerte de vocación expansionista. Su idea de renombrar el Golfo de México como el Golfo de América es una provocación, como también lo es su alusión a Canadá como el estado número 51 de EE.UU. Más serias son sus demandas a Panamá para que devuelva el canal que conecta los océanos Pacífico y Atlántico y su supuesto intento por comprar la isla de Groenlandia, hoy parte de Dinamarca. En conferencia de prensa, no descartó usar la fuerza militar o la coacción económica en ambos objetivos. Su desprecio por la reglas e instituciones globales –que el propio EE.UU. forjó desde finales de la Segunda Guerra Mundial– es evidente.

Queda pendiente saber cuál será su postura frente a la dictadura de . El nominado a secretario de Estado, Marco Rubio, adelantó que Venezuela es una prioridad de seguridad nacional debido a sus vínculos con el narcotráfico, con Irán y con Rusia. Si Trump logra liderar acciones para poner fin al chavismo, sin duda será un hito por el que siempre se lo recordará.

Lo que queda claro es que este nuevo período verá un Trump más asertivo y, a la vez, impredecible. Las mentiras y excesos en su primer gobierno –que llegaron al clímax con su intento de desconocer los resultados de las elecciones del 2020– no se olvidan. Dependerá de él cambiar la historia y que desde ahora se lo recuerde por logros importantes y no por bravuconadas.

Editorial de El Comercio

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