
El último fin de semana, Donald Trump, presidente de Estados Unidos, cumplió una de sus promesas más inquietantes. A través de órdenes ejecutivas, impuso aranceles del 25% a todos los productos canadienses y mexicanos –con excepción de la energía de Canadá, sujeta a una penalidad del 10%–. Además, productos chinos pagarán ahora el 10% de arancel.
La lógica utilizada es difícil de seguir. El Gobierno Estadounidense responsabiliza a Canadá y México de permitir el paso de inmigrantes ilegales y drogas –como fentanilo– hacia Estados Unidos. Según Trump, los aranceles que entran en vigor mañana permanecerán mientras estos países no logren controlar lo que cruza por sus fronteras. Pero no queda claro qué es exactamente lo que pretende la administración de Estados Unidos que hagan sus vecinos, ni mucho menos cómo estos aranceles ayudarán al objetivo. Los promotores de las barreras comerciales también argumentan que China, México y Canadá “se aprovechan” del libre intercambio con Estados Unidos, y que la medida busca equilibrar la cancha. El razonamiento es pobre: los consumidores y productores de Estados Unidos se benefician todos los días de los alimentos, tecnología y demás bienes extranjeros que llegan a sus puertos.
Con esto, Estados Unidos ha lanzado un torpedo a la base del sistema de libre comercio que ese mismo país ayudó a construir hace décadas. Fue este el sistema el que permitió que cientos de millones de personas en todo el mundo mejorasen su nivel de vida, y esta nación se benefició liderándolo. Estratégicamente, la movida subirá los precios locales, acercará a sus vecinos a su principal competidor (China), y creará enorme incertidumbre en todo el resto de países aliados de Estados Unidos. La actitud arbitraria de Trump puede dar algunos resultados en el corto plazo pero, sin duda, dañará el crecimiento global y la reputación de Estados Unidos a largo plazo. Ningún capricho es atractivo para los empresarios. Xi Jinping, líder chino, probablemente observa estos aranceles con una media sonrisa.
Desde el Perú, se debe defender siempre los avances que el libre intercambio ha traído para el país y evitar decididamente los nuevos vientos proteccionistas que puedan querer encontrar eco aquí. La cancillería deberá estar particularmente atenta a retrocesos injustificados en la relación comercial y de inversiones con Estados Unidos, en los que la excusa podría venir desde la operación del puerto de Chancay por capitales chinos.
En términos generales, el sistema de libre comercio global seguirá vigente con o sin Estados Unidos. Pero mientras antes noten los estadounidenses que los principales perjudicados con el proteccionismo son ellos mismos, mejor le irá también al resto del mundo.