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Un –es decir, de quienes se ocupan de movilizar a la gente dentro del territorio nacional– parece una contradicción en los términos, pero es solo una paradoja. Es la inverosímil situación a la que hemos llegado a raíz de la inmovilidad del Gobierno frente al pasmoso cuadro de muertes por asesinato entre los choferes de vehículos de transporte de pasajeros que existe en el país. Todas, obra de sicarios que operan al servicio de bandas de extorsionadores. De acuerdo con datos de la policía, solo entre enero y julio de este año, 65 conductores de distintas empresas dedicadas al giro han perdido la vida en circunstancias de este tipo. Y a esa cifra hay que sumarle la de los heridos o las víctimas colaterales de esos actos de violencia: cobradores y pasajeros.

De hecho, el paro de ayer fue una reacción al asesinato del chofer venezolano Daniel Cedeño Alfonso, ante el cual el titular del Interior, Carlos Malaver, no ha tenido mejor idea que deslizar que a lo mejor no fue consecuencia de una extorsión no pagada. Afirmar tal cosa, según él, sería “aventurarse”, porque la persona en cuestión tenía problemas de otra naturaleza…

Como si ese detalle, aun si fuera cierto, cambiara las cosas. El afán del referido ministro por restarle gravedad a la protesta de ayer, en realidad, raya en lo patético. “El apagón de motores [...] no se está llevando a cabo”, llegó a aseverar ayer en un tono triunfalista. La presidenta Boluarte, sin embargo, se encargó de contradecirlo con la invocación que lanzó a los transportistas cuando ya era evidente que la medida de fuerza había sido extensamente acatada. “Un paro de transportes de 24 horas, de 48 horas, hermano transportista, no va a resolver el problema”, clamó. Para luego agregar: “Todos tenemos que sumar”. Lo realmente increíble, no obstante, fue lo que dijo a continuación. “No abran esas llamadas [de números desconocidos]”, advirtió, aconsejando además a los choferes en situación de peligro que tomen nota de esos números y den cuenta de ellos a la policía. Es decir, un saludo a la bandera. Una especie de “sálvense quien pueda” que anuncia que las cosas seguirán así en el futuro inmediato. La confirmación, en otras palabras, de que la administración que ella encabeza ni sabe qué hacer ni tiene la presencia de ánimo para reaccionar en forma alguna al trance que todos, pero particularmente los conductores que se juegan la vida cotidianamente, enfrentamos. Ni brújula ni voluntad. Las inmovilizadas, en realidad, son nuestras autoridades.

Editorial de El Comercio

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