Editorial El Comercio

Hoy se cumplen cuatro días desde que el prendió en un almacén clandestino del Centro de Lima. Hasta el momento, el incendio ha provocado el colapso de cuatro inmuebles. Los estiman que recién podrán controlar las llamas el domingo, aunque no se descarta que esta tarea tome más tiempo. Esto, básicamente, porque ingresar a los edificios que están ardiendo podría terminar con una tragedia todavía mayor.

Nadie puede decir que lo que estamos viendo es una sorpresa. Inundada de establecimientos que almacenan material inflamable (y que muchas veces se ubican uno al costado del otro), con una aglomeración peligrosa de personas a diario, con calles estrechas que dificultan cualquier labor de evacuación, con escasez de hidrantes para abastecer a los bomberos y con techos llenos de basura que se convierten en grandes conductores de las llamas, el centro de la capital es una incubadora de fuego, una pira que puede prender en cualquier momento. Y que, de hecho, ya ha prendido antes. Basta con recordar, sin ir muy lejos, el incendio de Mesa Redonda del 2001 que dejó el trágico saldo de más de 400 muertos.

Reformar esta zona de la ciudad, por supuesto, llevará tiempo, pero por el momento hay cosas que las autoridades deben hacer inmediatamente. Una de ellas es desaparecer por completo los almacenes del Centro de Lima. Son bombas de tiempo ubicadas además en el interior de zonas residenciales. Esto, vale decir, implica ir mucho más allá de solamente prohibirlos, sino que requiere una fiscalización permanente y sanciones drásticas para quienes incumplan la normativa. El edificio que desató el incendio el lunes, por ejemplo, había sido clausurado hasta tres veces (la última de ellas, además, de manera definitiva) por servir como un depósito clandestino de juguetes. Sin embargo, seguía operando como si nada.

En adición, algunos vecinos alquilan sus domicilios como depósitos, lo que impide que los fiscalizadores puedan hacer su trabajo, pues para ingresar a una vivienda se necesita una autorización judicial, que demanda tiempo. Y está además el tema de las reformas que los dueños de los depósitos –incluso los formales– suelen hacer sin avisar y sin ceñirse a criterio alguno de seguridad. “Están hechos para complicarnos la vida”, afirmó el brigadier general de los bomberos, Alfonso Panizo, a este Diario.

Cierto es que somos un país que suele moverse a partir de las tragedias. Sin embargo, pese a que esta vez el incendio no ha dejado fatalidades, haríamos muy mal en olvidarnos de él apenas las llamas se extingan. De lo contrario, no pasará mucho tiempo para que volvamos a ver otra vez el fuego expandiéndose por el Centro de Lima y puede que para entonces no tengamos tanta suerte.


Editorial de El Comercio

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