Mientras el presidente se ve cercado por las múltiples evidencias que lo colocan al centro de una serie de denuncias por corrupción, en la que se encuentra gente muy cercana a él, sus índices de , según la última encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), crecen. ¿Cómo es posible que esta relación inversa se produzca?

Lo primero que habría que recordar es que ya al primer mes del presente mandato presidencial Pedro Castillo tenía una baja aprobación (38%) comparada con su desaprobación (46%). No existe ningún precedente parecido. Esto podría deberse a que los que votaron por Castillo en la segunda vuelta lo hicieron por el mal menor. No porque el actual presidente los cobijara entre sus adherentes. Por lo demás, Castillo había alcanzado, en primera vuelta, tan solo el 19% de los votos, lo que se puede considerar la base más sólida de su apoyo. Siendo la mayor votación de todos los candidatos, fue el más bajo de la historia electoral. No viene, pues, de una gran votación y no estamos ante un líder carismático.

Pero este crecimiento último (pasar del 19% en junio al 29% ahora en agosto) hay que verlo con mayor perspectiva. Entre agosto del 2021 y agosto de este año, la aprobación de Pedro Castillo ha descendido del 38% al 29% y su desaprobación ha crecido del 46% al 63%. Es uno de los presidentes con más baja aprobación en América Latina.

Pero es desde junio que se produce un cambio que entusiasma a Palacio de Gobierno. Lo que se observa es un perfil de la aprobación presidencial, parecida a la de su votación. Muy baja en Lima (18%) y en el norte (23%), más alta en el centro (34%), en la selva (36%) y, sobre todo, en el sur (47%). De la misma manera, en la capital su aprobación es menor (18%) en relación con las ciudades de provincias (31%), y mucho menor que en las zonas rurales (40%). A nivel socioeconómico, también es marcado. En el nivel A, la aprobación es del 22% y en el D-E, del 33%.

Hay tres aspectos que pueden obrar en esta dinámica cambiante de la opinión pública. Parece ser que, como ocurre también en otros casos, las denuncias por corrupción tienen un efecto negativo, pero no absoluto. Algunos electores son más permisivos o consideran que el resto de presidentes también ha estado involucrado en temas de corrupción. La comunicación gubernamental ha cambiado. Ahora es más agresiva, frecuente, la crítica es frontal contra la oposición y Castillo recorre, con más frecuencia, provincias con un discurso encendidamente populista.

Finalmente, aún funciona una relación de identidad, particularmente en un escenario de polarización. La identificación con Pedro Castillo ha sido ya comentada varias veces. Una franja de la opinión pública lo considera uno de los suyos. Siente las denuncias como ataques; sobre todo, cuando hay una carga racista y clasista –que las ha habido– en sus críticos y en la propia prensa. Pero la identificación está también relacionada con el rechazo. Y el rechazo está centrado en la oposición, en el Congreso. No por gusto la aprobación del Congreso es apenas del 8% y su desaprobación es de un abultado 87%.

De lo anterior, se observa que es el Congreso un factor importante para que el rechazo al gobierno de Pedro Castillo no sea mayor y permite pensar que cualquier salida que le ponga fin al mandato de manera anticipada será para ambos o no será.

Fernando Tuesta Soldevilla es profesor de Ciencia Política en la PUCP