(Foto referencial: Archivo El Comercio)
(Foto referencial: Archivo El Comercio)
Iván Alonso

Un gran revuelo causó el año pasado la publicación del índice de . Por primera vez en diez años, había subido. Una subida modesta, de un punto porcentual, pero subida al fin. Las explicaciones no se hicieron esperar. Algunos culpaban al agotamiento del modelo económico; otros, a la caída de la inversión o la desaceleración del crecimiento. Pero, como tratábamos de decir desde esta misma columna, antes de explicar un fenómeno es mejor constatar que haya ocurrido.

El índice de pobreza es el resultado de una encuesta que abarca a menos del 1% de la población. Está, por lo tanto, sujeto a un margen de error, que el propio Instituto Nacional de Estadística (INEI) estima en 0,8 puntos porcentuales. Quiere decir que si la encuesta arrojaba 21,7%, el verdadero número de pobres habría estado entre el 20,9% y el 22,5% de la población. De manera que la pobreza podría, en realidad, haber disminuido, aun cuando la encuesta diera un resultado más alto que el del año anterior (el que, a su vez, estaba sujeto también a un margen error).

En vista de la incertidumbre que rodea a toda medición basada en una encuesta, más importante que las variaciones de un año a otro es la tendencia. Y el índice más reciente, publicado la semana pasada, confirma una tendencia descendente: de 42,4% de la población en el 2007 a 20,5% (menos de la mitad) en el 2018. Cada vez menos pobres en una población cada vez más grande. Doce millones de pobres en el 2007; menos de 7 millones en el 2018. Dieciséis millones de peruanos que no eran pobres en el 2007; más de 25 millones en el 2018. Ningún agotamiento del modelo económico.

La capacidad del modelo económico de libre mercado, con sus virtudes y defectos, con todos los obstáculos que la política pone en su camino, es aun más asombrosa si nos fijamos en lo que el INEI llama la “intensidad” de la pobreza; en otras palabras, ¿cuán pobres son los pobres? En el 2007, el gasto familiar de los peruanos pobres estaba, en promedio, 14% debajo del costo de la canasta básica de consumo; en el 2018 no estaba ni 5% por debajo. Los pobres de hoy están más cerca de dejar de ser pobres que los de ayer.

Es difícil pronosticar cómo evolucionará la pobreza en los próximos años. A cuánto bajará, digamos, para el bicentenario de la independencia. Pero hay lugares, particularmente en el ámbito rural, en los que los ingresos de los pobres se siguen acercando a la línea de pobreza, esto es, al costo de la canasta básica familiar, lo que permite anticipar que la tendencia se mantendrá, al menos en el futuro cercano.

La reducción prácticamente ininterrumpida de la pobreza ha ocurrido al mismo tiempo que la economía crecía también ininterrumpidamente. Pero no debemos pensar que el es la causa de la reducción de la pobreza. Son, más bien, dos manifestaciones distintas de un solo proceso económico. Decimos esto porque no se trata de tener crecimiento económico a cualquier precio, sino de mantenernos dentro de una economía de mercado, que ha probado ser fructífera para la gran mayoría de la población. Un país donde todos, ricos y pobres, tienen un mínimo de libertad para buscarse la vida, para emprender nuevos negocios, para elegir con quién contratar y con quién no, es un país que puede tener y seguramente tendrá crecimiento económico y reducción de la pobreza a la vez.