Los simpatizantes apristas esperaron por muchas horas la llegada de su líder. (Foto: César Campos)
Los simpatizantes apristas esperaron por muchas horas la llegada de su líder. (Foto: César Campos)
Jaime de Althaus

El suicidio de afecta al país entero y hiende en cierta medida el ser nacional porque ha sido presidente dos veces, y el presidente de República, como dice nuestra Carta Magna, “personifica a la nación”. Y, aunque muchas veces, sobre todo en los últimos meses, descendiera al terreno de la pequeña política de agravios y estuviera pendiente solo del acoso que sufría, él mismo creía tener un alto sentido de su papel en la historia y en la construcción del país. Por eso, el suicidio no fue el desenlace de un deterioro psicológico, sino un acto político y moral. Fue, en cierta manera, una decisión política. Quizá pensó que el vejamen y la indignidad de la prisión serían una afrenta al país o cuando menos a quien lo encarnó en dos períodos presidenciales. Y prefirió matarse antes de que eso ocurriera. Efectivamente, un acto de dignidad que no puede ser mezquinado.

También es posible que, sin negar lo anterior, no haya podido resolver la contradicción entre esa alta identificación ontológica y el haberse beneficiado de ingresos indebidos –si los tuvo–, y que ese acoso interno, disparado por el cerco judicial, fuera lo que realmente lo mató. No lo sabemos. La cultura martirológica aprista bebida en el hogar paterno puede haber influido también.

García fue, en esencia, un político antes que cualquier otra cosa, desde su infancia. Un político bien formado. Un hombre culto. Aunque también una personalidad exuberante y desbordada. Su vida fue de extremos. Recuerdo el debate con Javier Diez Canseco en la televisión en 1978. Fue más radical que el castrista-maoísta. En su primer gobierno quiso estar a la izquierda de la izquierda, y llevó al país al desastre. Gracias al abismo generado por ese desastre, sin embargo, Fujimori pudo dar el shock y hacer las reformas liberales, porque no había otra salida. Para su segundo gobierno ya había aprendido economía y nuevamente su sentido de la historia lo llevó a tratar de borrar con creces los errores de su primer gobierno. Hizo exactamente lo contrario que en el primero, salvo el irse al extremo, solo que al extremo opuesto en este caso. Crecimos como nunca, pero se interesó solo en la gran inversión –necesaria de todas maneras para recapitalizar la economía– olvidándose de los pequeños. Por eso el Apra no pudo aprovechar ese gran crecimiento y cayó en confusión ideológica, de la que no se recupera.

Pese a sus errores y excesos, era el político más preparado y más inteligente del país. Su muerte ha sido prematura. Hubiera podido entregar más. El problema ahora es que el país se queda casi sin referente político alguno. Con todos los ex presidentes encarcelados o por estarlo, lo que hay es orfandad.

Y si de algo debe servir este desenlace trágico, es para acabar con el populismo judicial y los abusos manifiestos en las detenciones preliminares y preventivas. Y para terminar de una vez por todas con la criminalización de la política en los casos de donaciones a campañas. Es hora de restablecer el derecho en la lucha contra la corrupción.