“Aunque programar parezca muy difícil, solo hay que pensar un poco, y todo el mundo puede hacerlo”, dice García en entrevista con El Tiempo.
(Foto: Cortesía)
“Aunque programar parezca muy difícil, solo hay que pensar un poco, y todo el mundo puede hacerlo”, dice García en entrevista con El Tiempo. (Foto: Cortesía)
Redacción EC

Habla con seguridad y confianza, todo lo detalla y aunque su constante sonrisa refleja la inocencia de un niño de diez años, en momentos uno siente como si estuviera hablando con alguien mayor. A su corta edad, Antonio García, quien vive en Valladolid (España), tiene muchas ideas en la cabeza: está en proceso de crear un juego de mecanografía para aprender a usar el teclado sin mirar, hizo otros para memorizar las partes del cuerpo humano y los planetas y cuenta historias de su vida en animaciones.

“Aunque programar parezca muy difícil, solo hay que pensar un poco, y todo el mundo puede hacerlo”, dice García en entrevista con El Tiempo. “En vez de estar todo el día pegado al típico juguete, programar te hace pensar más”, agrega sobre su pasión por el código.

Entre otros proyectos, Antonio está en proceso de crear un juego de mecanografía para aprender a usar el teclado sin mirar.
(Foto: Cortesía María José Vicente)
Entre otros proyectos, Antonio está en proceso de crear un juego de mecanografía para aprender a usar el teclado sin mirar. (Foto: Cortesía María José Vicente)

Acababa de cumplir siete años cuando conoció por primera vez el Scratch, un lenguaje de programación basado en bloques de colores que permite crear de forma fácil y dinámica animaciones o juegos. Su incursión en este mundo comenzó en el Scratch Day, evento que cada año se realiza en la Universidad de Valladolid. El tema le gustó tanto que solicitó a una beca para ser parte del Club de Jóvenes Programadores de esa institución, y así se convirtió en el niño más pequeño en formar parte de ese equipo. Sus compañeros le duplicaban la edad.

Hoy, sus días giran en torno a sus estudios, el fútbol (su otra pasión) y el código. Pero Antonio fue mucho más allá. Todo lo que aprende se lo enseña a otros niños, incluso más grandes que él. Junto con su mamá creó el club El Páramo de Villanubla, que cuenta con la participación de 26 estudiantes. “Al principio no sabía qué hacer, no creía que fuese capaz de enseñar a niños mucho mayores que yo, pero al final me di cuenta de que puedo hacerlo”, dice.

“Si les intentamos introducir esa curiosidad por ver cómo están hechos los videojuegos, por ejemplo, y cómo funcionan, es un uso más productivo de su tiempo”, señala María José Vicente, mamá de Antonio.

Antonio les enseña a otros menores cómo iniciarse en el lenguaje de programación Scratch.
(Foto: Cortesía María José Vicente)
Antonio les enseña a otros menores cómo iniciarse en el lenguaje de programación Scratch. (Foto: Cortesía María José Vicente)

Vicente no puede disimular el orgullo ni la emoción que siente al recordar el día que su hijo dio una conferencia ante 500 personas, en diciembre de 2015. Y es que no era cualquier charla: era una TEDx (un programa de conferencias locales que forma parte del evento global en donde líderes dan a conocer ideas transformadoras).

La charla es inspiradora. “A nosotros se nos da mucho mejor usar esos ‘aparatos del demonio’ que a muchos mayores. Quizás porque no tenemos miedo a experimentar con ellos. Esa curiosidad me ayudó a ser creador de mis propios juegos, y me di cuenta de que podía aprender jugando y jugar aprendiendo; podía experimentar, crear compartir, entender y razonar cómo están hechas las cosas”, dijo durante la conferencia.

Sus padres lo han ayudado a aumentar esa pasión. En su cumpleaños número siete recibió una caja de regalo llena de cables, y, aunque no entendía el por qué, se emocionó. Luego descubrió que con esos cables podía hacer música y crear juegos. Se trataba de la placa Makey Makey, un dispositivo de electrónica que se conecta a un computador y permite convertir casi cualquier superficie en un mando para juegos o control de entrada. “Se conectan los cables a elementos conductores de electricidad, por ejemplo a agua, y puedes hacer que tengan sonido por medio de programas de Scratch”, explica García. Junto con niños de cuatro años de su colegio, ha creado pianos y guitarras con cubetas de agua.

“La mente se les abre con todas estas técnicas; la cabeza es como el cuerpo, hay que entrenarla. La programación les cambia la forma de pensar, de resolver, de razonar, todo con lo que se encuentran es mucho más rápido y efectivo”, dice Vicente.

Por ahora, Antonio espera poder llevar su mensaje y seguir ayudando a otros niños en diferentes partes del mundo. De hecho, el video de la charla lo están utilizando en entornos educativos. “Con eso nos damos por satisfechos”, dice su madre.

La novedad, tener creatividad, ser original y, sobre todo, sentir mucha ilusión por hacer las cosas son las claves que se deben tener en cuenta, según García, para innovar.

(GDA / El Tiempo)

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