Acomodado en su camerino sonorizado con la música de tótems del soul como Aretha Franklin o Booker T. & the M.G.’s, Keith Richards hace un último estiramiento de brazos, se prepara para colgarse de su guitarra Telecaster y enrumba hacia el escenario para conectarse con la tradición del blues y de todo lo que arrojaba la insobornable disquera Chess Records. Su relectura del género, el soul y sucedáneos se repartirá en temas incorruptibles como “Gimme Shelter” o “Midnight Rambler”. La calidad del sonido y las imágenes de las pantallas instaladas en el estadio Monumental le harán justicia a sus ejecuciones, riffs y paseos en las cuerdas. Todo será memorable.
Mick Jagger engrandece dignamente aun más la puesta en escena, una vigencia que se hermana con la invocación hedonista y el mandamiento stoniano de ir siempre por más. El cantante de 72 años seduce con sus bailes y también canaliza los peruanismos. Antes de entonar “Brown Sugar”, Jagger pregunta: “¿Se están vacilando?”. En la interpretación del mismo tema, el ‘frontman’ trota en la pasarela que se prolonga hasta casi la mitad de la cancha. Las idas y vueltas en esa plataforma serán constantes. No hubo señales de agotamiento.
Engranaje rodante
Son 286 años (la suma de las edades del cuarteto) y 54 años de carrera de los Rolling Stones traducidos en 18 canciones imbatibles. Cerca de 60 mil asistentes porfían por sacudirse de la etiqueta de pecho frío peruano y creer que Lima es una ciudad rockera. La ilusión duró por más de dos horas.
El talento, la práctica y el envejecer con decoro hacen al maestro: además de Jagger y Richards, Charlie Watts en la batería y Ron Wood en la otra guitarra redondean el marco musical. Se nota poco el manual y prima la sensación de que ellos logran que los sonidos —Jagger se luce con la armónica— encaucen sus sentimientos. Las miles de escuchas previas de “Start Me Up” o “I Can’t Get No (Satisfaction)” no impiden que verlos tocar en vivo estos clásicos sea una experiencia única.
Un reparo a un detalle que nunca complace a todos: el setlist en Lima no incluyó temas como “Let’s Spend the Night Together” o “She’s a Rainbow”. Los temas que sí fueron considerados, en cambio, propiciaron un escapismo en medio de la opacidad cotidiana o del inane ruido político. Más de un candidato al Congreso merodeó el estadio para entregar propagandas y merchandising. Pero más allá de los escollos, aguardaba la fiesta de las piedras incansables.
Según David Sousa, de Kandavu Producciones (la organizadora del show), el concierto emocionó al grupo. Tal impresión es reafirmada por Charlotte Watts, nieta del baterista de los Stones y autora de los afiches promocionales de la gira y sus versiones locales. Una foto suya en Instagram en la que muestra un tatuaje de la icónica lengua ‘rolinga’ con los peruanísimos colores rojo y blanco en su brazo puede interpretarse como una señal de satisfacción.
El vuelo privado de Jagger y sus compinches enrumbó a Bogotá desde Lima ayer a las 4 p.m. Sousa, con la tranquilidad de la misión cumplida aunque desvelado, ya puede volver a respirar.
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7 de marzo de 2016
Lima rockea con los Stones
Empezaron con “Start Me Up” y finalizaron con una versión extendida y demoledora de “(I Can’t Get No) Satisfaction”. Aproximadamente, 60 mil asistentes vibraron en el estadio Monumental con los himnos de los Rolling Stones en una velada que duró más de dos horas.
Después de esta jornada musical histórica para el público peruano, el cuarteto británico y su equipo que asciende a alrededor de 140 personas dejarán hoy el hotel Westin —donde separaron los últimos cinco pisos, incluida la suite presidencial— y partirán en vuelo privado hacia Bogotá para continuar con la gira Olé. Su apretado cronograma les impide quedarse por más tiempo en el país. Y aunque los adeptos del rock locales están lejos de los niveles de devoción de —por ejemplo– los fanáticos ‘rolingas’ de Brasil o Argentina, el paso de Mick Jagger, Keith Richards, Ronnie Wood y Charlie Watts por la capital no pasó desapercibido.
Sus majestades en Lima
Fuera del hotel Westin, el fanatismo se expresó en distintos grados. El sempiterno doble de Mick Jagger, Randy Levine, se paseaba por el vestíbulo, confundía a la seguridad policial y se prestaba a las solicitudes de ‘selfies’ de algunos huéspedes incautos. Levine solo pedía cinco minutos cara a cara con Jagger. Fue en vano.
El viernes en la noche, Jagger, Mick Jagger, Keith Richards, Ronnie Wood y Charlie Watts cenaron en Astrid & Gastón, previa limitación de uso de celulares y cámaras para garantizar la confidencialidad de la velada (los británicos entraron a la Casa Moreyra en San Isidro por un ingreso discreto. Que levante la mano quien haya logrado tomarse un ‘selfie’ con ellos).Luego fue el turno de Central para agasajar a los venerados veteranos, el cuarto mejor restaurante del mundo según la lista de San Pellegrino. Esto se conecta con una teoría: si en los años 60 el objeto peruano del deseo de los Stones se centraba en exportaciones no tradicionales posiblemente alucinógenas, casi 50 años después esos intereses se han sofisticado y derivado hacia la alta cocina. Los vicios se educan, cómo no.
Rock y política
La presencia de sus majestades rodantes en Lima ha coincidido con el barullo de las elecciones presidenciales. No resulta sorprendente que diversos políticos locales –entre ellos, varios candidatos al sillón de Palacio de Gobierno– hayan pretendido beneficiarse de los Stones. Pedro Pablo Kuczynski intentó hasta antes del concierto sacarse una foto con los miembros de la banda, sin éxito. Luis Castañeda Lossio también sondeó –infructuosamente– una reunión con los ilustres visitantes. Alejandro Toledo y Eliane Karp realizaron un video de saludo dirigido a los Stones que linda con el humor involuntario. El rock aguanta todo.
El dato: Afición gastronómica
“Hola Lima, hola Perú, hola mis causitas”, dijo Jagger poco después de iniciar el show. “La comida de aquí es mostra, la mejor de Sudamérica”, sentenció luego de entonar “Paint It, Black”. “Mi hija trajo a su mascota cuy y ahora no la encontramos”, agregó.
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