En la Cripta de los Héroes reposan los restos de los héroes nacionales. (Foto: Óscar Paz / El Comercio)
En la Cripta de los Héroes reposan los restos de los héroes nacionales. (Foto: Óscar Paz / El Comercio)
Héctor López Martínez

Dando respuesta a un compacto y creciente clamor nacional recogido y respaldado por el periodismo de todo el país, el 3 de junio de 1890, el presidente de la República, general Andrés A. Cáceres, firmó un decreto disponiendo la formación de dos comisiones especiales que debían viajar al sur y al norte, respectivamente, para traer a Lima los restos de los heroicos combatientes peruanos caídos durante la guerra con Chile en las acciones de Angamos, Pisagua, Tarapacá, Tacna, Arica y Huamachuco. Las reliquias serían depositadas en un osario que se construía apresuradamente en el Cementerio General.

La comisión al sur

La comisión que marchó al sur en la cañonera “Lima”, severamente enlutada, la integraban Guillermo Billinghurst, cónsul general del Perú en Chile, el coronel Manuel C. de la Torre, el capitán de navío Melitón Carvajal, el sargento mayor Enrique Lapeyre, Enrique Masías, Juan Pereyra, el capitán de fragata Pedro Gárezon y el capitán Nicanor Menacho. La comisión al norte, para lo cual se designó al transporte “Santa Rosa”, igualmente enlutado, la componía el coronel Justiniano Borgoño, Carlos Germán Amézaga y el teniente coronel Pedro Silva.

Carlos Elías, ministro Plenipotenciario del Perú en Santiago, cablegrafió a nuestra Cancillería informando que el gobierno de la Moneda ofrecía toda clase de facilidades para que los restos de soldados y marinos peruanos depositados en territorio ocupado por Chile pudieran ser exhumados sin problemas. El presidente de la República y el Congreso chileno disponían, así mismo, honores especiales para el almirante Miguel Grau, cuyos despojos habían sido enterrados provisionalmente en el mausoleo de la familia Viel, en el cementerio de Santiago.

Retrato de  Miguel Grau, obra de  Orlando Yantas existente en la Dirección de Intereses Marítimos de la Marina de Guerra del Perú. Foto: cortesia del C.C. Michel Laguerre.
Retrato de Miguel Grau, obra de Orlando Yantas existente en la Dirección de Intereses Marítimos de la Marina de Guerra del Perú. Foto: cortesia del C.C. Michel Laguerre.
/ Orlando Yanta

El 14 de junio de 1890 zarpó del Callao la cañonera “Lima”. A bordo, como enviado especial de El Comercio, iba Gustavo Luna, excelente redactor cuyos numerosos y amplios despachos permitieron a los lectores del decano de la prensa nacional un detallado conocimiento de la misión. La cañonera tocó en Arica y en Iquique y luego prosiguió hasta Valparaíso. Una vez allí la delegación peruana viajó a Santiago. En la capital chilena el gobierno, el Congreso, instituciones públicas y privadas, el cuerpo diplomático y la población en general, brindaron deferente y respetuosa acogida a quienes tenían el encargo de traer a la patria los restos del Caballero de los Mares. En la imponente ceremonia en que se hizo entrega al Perú de los venerados despojos, el ministro de Relaciones Exteriores de la nación sureña, Juan E. Mackenna, dijo: “El almirante Grau ha pasado ya a la Historia y su nombre vive en una esfera a la cual solo llegan la gratitud de su propio país y la admiración de los restantes”.

MIRA: Archivo histórico: el terremoto de 1940 en Lima y Callao

Al retornar a Valparaíso se renovaron los homenajes a Grau cuyos restos fueron embarcados en la “Lima” en horas de la noche del 28 de junio. La bahía estaba iluminada con luces de bengala encendidas por los botes que formaban el cortejo y por los reflectores del buque peruano y del crucero chileno “Esmeralda”, encargado de darle escolta de honor hasta el Callao.

En el norte

El transporte “Santa Rosa”, a su vez, salió del puerto chalaco el 5 de junio y llegó a Salaverry dos días más tarde. La comisión bajó a tierra y prosiguió hasta Huamachuco donde llegó el día 14. El 30 de junio el “Santa Rosa” ya estaba de retorno en el Callao. Traía los restos del general Pedro Silva, de los coroneles Leoncio Prado, Emilio Luna, Máximo y Manuel Tafur, Eugenio Aragonés, del capitán de navío Luis Germán Astete, del teniente coronel Santiago Zavala y de los capitanes Portugal y Cáceres. Se dispuso que el transporte esperara a la cañonera para proceder a un desembarco conjunto.

Retrato de coronel Leoncio Prado. Foto: Archivo Courret.
Retrato de coronel Leoncio Prado. Foto: Archivo Courret.
/ courret

Mientras tanto la “Lima” se detuvo en Arica para recoger los restos de Alfonso Ugarte y de numerosos héroes más. En Iquique subieron a bordo los despojos de los vencedores de Tarapacá y en Mejillones los del gallardo Elías Aguirre y otros miembros de la dotación del “Huáscar”. El viernes 11 de julio llegaron al Callao la “Lima” y la “Esmeralda”. Ambos buques se aguantaron sobre la máquina frente a San Lorenzo donde esperaba el “Santa Rosa”. Se acordó entonces que la ceremonia de desembarco sería el domingo 13 a las 12:00 del día. Todos los ataúdes eran de madera, excepto el de Grau –que fue el primero en llegar a tierra–fabricado en acero.

Duelo nacional

Se decretó duelo nacional los días 15 y 16 de julio. Todos los restos se depositaron en primera instancia en la Iglesia Matriz del Callao, dando comienzo a los homenajes cívicos y religiosos que tuvieron su punto culminante el martes 15 cuando un tren especial trajo las reliquias a Lima y fueron colocadas en un imponente catafalco instalado en la Exposición. De allí, en carros especiales, sobriamente adornados y acompañados por una inmensa multitud de ciudadanos fueron llevados hasta el Cementerio General.

Dónde: Cruce de los jirones Miller e Independencia, Callao. (Foto: Iglesia Matriz Del Callao)
Dónde: Cruce de los jirones Miller e Independencia, Callao. (Foto: Iglesia Matriz Del Callao)

El día 15, por iniciativa de El Comercio, se publicó en sus talleres “La Prensa de Lima y el Callao” que contenía un artículo en homenaje a los héroes de cada una de las publicaciones que por entonces aparecían en ambas ciudades. Con toda seguridad jamás se repetirá en Lima la emoción colectiva de esas horas. Todas las casas, todas las tiendas, los faroles de luz eléctrica y de gas lucían crespones negros. El silencio era impresionante y lo rompía tan solo el lúgubre doblar de las campanas de todos los templos. Era natural. Las heridas dejadas por la guerra estaban todavía frescas, llenas de dolor.

TE PUEDE INTERESAR

Contenido sugerido

Contenido GEC