"La chica danesa": nuestra crítica de la candidata al Oscar
Sebastián Pimentel

“Brooklyn” y “La chica danesa”, dos de las nominadas al Oscar 2016, son películas que tienen cierto aire de familia. Sus estilos recuerdan, con no poca vergüenza, ese cine de ‘qualité’ –algunos le dicen ‘filmd’art”’– que ha existido desde las edades teatrales del cinematógrafo. Solo algunos gigantes detrás de cámaras –como D.W. Griffith, por ejemplo– han sabido sortear historias de fines del siglo XIX o principios del XX, ambientación detallista, paisajismo lírico que incluye algún crepúsculo de última tecnología. A eso sumémosle un drama basado en identidades encorsetadas o aplastadas –metáfora que pasa a ser descripción literal por lo ajustado de cuellos y cinturas– de alguna mujer sufriente que regala una reflexión sobre el destino.

En esta oportunidad, me ocuparé de “La chica danesa”, ya que “Brooklyn” –que me parece superior– está casi fuera de la cartelera. En ambos casos, se pretende dar una inflexión diferente al modelo melodramático del que hablaba líneas arriba: en “Brooklyn”, con la historia de la joven irlandesa como humilde inmigrante que debe elegir entre los llamados de su tierra de origen o salir adelante en Nueva York; y en “La chica danesa”, con la biografía de Einar Wegener, pintor de la Dinamarca de los años 20 que se hizo célebre por su deseo de cambiar de sexo, así como por su relación romántica y excéntrica con su esposa y también artista Gerda Wegener.

Si bien ambas nominadas a los Oscar 2016 son conscientes de los peligros a los que pueden caer desde el mismo modelo de cine, “Brooklyn” consigue traspasar el cliché de lo ‘qualité’. Y si su protagonista Saoirse Ronan llega a conmover, se debe a que el director se toma el tiempo suficiente para explorar el sutil y cruel misterio de su desarraigo, la dulce fatalidad –siempre a pérdida– de su elección feliz pero también trágica. En cambio, con el artista que interpreta Eddie Redmayne, lo que tenemos es, más bien, una serie de vistas externas o de hechos engalanados como estilizadas puestas en escena. 

Y ese es el principal escollo de “La chica danesa”. Tom Hooper, el mismo director de “El discurso del rey” y del indigesto musical “Los miserables”, es más solemne que dramático. Junto a cierto regusto preciosista, hace demasiado bello el cuento de este héroe incomprendido y de alma noble. Son las trampas del buen gusto: una especie de tácita idealización del protagonista se mete por la puerta falsa de la supuesta exquisitez visual. Así se entremezclan los primeros planos del rostro cada vez más femenino de Einar, mientras Gerda lucha por entenderlo y no dejarlo solo. Hopper pretende deslumbrar con una caligrafía visual reconocible desde los tiempos de “Barry Lyndon” (1975) de Kubrick o de “Lo que queda del día” (1993) de James Ivory. Solo que los encuadres simétricos y la profundidad de campo, rasgos de estilo kubrickianos que parecen obsesionar a Hooper, no llegan a transmitirnos ese vértigo de la experiencia alucinada de los personajes del genio de “Lolita”. Por otro lado, si bien Ivory es un director a veces entrampado en sus florituras barrocas, es innegable que, al británico modo, también logra escudriñar sus almas victorianas con mayor delicadeza, pasión contenida y sobrio ánimo contemplativo, virtudes que no puede alcanzar Hooper a pesar de los denodados esfuerzos de sus actores.

La chica danesa” es una suma de hechos, pasos lógicos y vistazos que componen una especie de sinopsis de una vida que debió ser más compleja. Una paradoja cruel, ya que el material de base –las tribulaciones de un hombre que se siente prisionero en su cuerpo y que quiere transformarse en mujer– podría haber sido el punto de partida de una profundización sin límites en el alma humana. De nada sirven entonces los paisajes bonitos ni los rostros sufrientes de los excelentes actores –en este caso, se desaprovecha no solo a Redmayne, sino también el talento de la actriz sueca Alicia Vikander–. Y es que el cine pide algo más: un flujo de imágenes que nos sumerjan en misterios y escozores, algo que el montaje rápido y edulcorado de Hooper no puede encontrar. 

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