Imagen del Submarino Titán al momento de descender hacia el Titánic. (Foto de Handout / OceanGate Expeditions / AFP)
Imagen del Submarino Titán al momento de descender hacia el Titánic. (Foto de Handout / OceanGate Expeditions / AFP)

Una de las consignas de los manuales de auto ayuda, de los consejos de los médicos y de los amigos y familiares, es que todos procuramos el bienestar propio y el común. Y sin embargo nos topamos todos los días con gentes que buscan la destrucción ajena o propia, en formas diversas. El impulso destructivo y autodestructivo tiene múltiples ejemplos desde los que se suicidan lentamente por las drogas o el alcohol hasta los que lo hacen de un modo súbito. Pero hay otras formas más comunes y cotidianas en nuestro espíritu destructivo. La de hacer algo “por joder”, (que muchos políticos también practican) tan común entre nosotros, es un ejemplo de esa tendencia. Si bien se supone que buscamos el paraíso, el infierno nos sigue fascinando, aunque suponga la aniquilación de uno mismo. Y los ejemplos no se limitan a las personas más destructivas.

En las últimas semanas, la universidad Miguel Hernández de Elche, en España, revisó el tiempo de atención de los visitantes que se detenían a ver El Jardín de las delicias, el gran tríptico del Bosco, en el Museo del Prado. Creado en el umbral entre la Edad Media y el Renacimiento, el cuadro está dividido en tres partes. A la izquierda aparece el Jardín del Edén (allí Dios presenta a Adán a Eva, recién creada). En la sección central del cuadro aparece una gran muestra del desenfreno sexual en el que cae la humanidad. Allí se puede ver todo tipo de escenas de relaciones heterosexuales y homosexuales, y también escenas onanistas. Finalmente, a la derecha aparece el infierno con su exhibición de castigos, llamas y torturas, y la visión de una ciudad humeante.

Los investigadores de la universidad Miguel Hernández descubrieron que los visitantes del museo se detenían más tiempo frente al infierno. En promedio las imágenes de torturas y castigos atraían treinta y tres segundos de la atención de los visitantes frente a los veintiséis segundos de la lujuria de la tabla central y los dieciséis del paraíso. En otras palabras, la mayor parte de los asistentes se queda más tiempo frente al infierno que frente al paraíso. Una aparente conclusión es que contemplar el sufrimiento es más atractivo que contemplar la felicidad. Según ese estudio, estamos más atraídos por el mal o el castigo, o en todo caso la lujuria, que por la vida feliz y tranquila.

Al leer esta noticia, me vino el recuerdo del accidente de un sumergible que llevaba a cinco pasajeros para explorar los restos del Titanic. El trayecto era considerado un “viaje turístico”. El propósito: hundirse hacia el fondo del mar, es decir a ese submundo acuático que representa en cierto modo el infierno. Todo para ver los restos de una tragedia. Este interés por el descenso en las profundidades parece ser otra muestra de la fascinación por lo maligno, es decir por los despojos de la muerte. Situaciones como las de la guerra en Ucrania, la violencia sexual, el sicariato y tantas otras nos recuerdan la fascinación por la destrucción que acosa a los seres humanos.

La palabra “infierno” viene del latín y quiere decir “de las regiones bajas”. Está ligado en su origen a “inferior”. La frase “el infierno tan temido”, atribuida a Santa Teresa, tiene un alcance parcial. Es el lugar de los que han perdido toda esperanza, según la Divina Comedia de Dante. También es un infierno querido y desde antes que el Bosco lo retratara.

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