El economista Moisés Naim explica por qué a pesar de los esfuerzos titánicos de la humanidad para educar a sus niños, "los resultados son patéticos". (Foto: AP)
El economista Moisés Naim explica por qué a pesar de los esfuerzos titánicos de la humanidad para educar a sus niños, "los resultados son patéticos". (Foto: AP)
Redacción EC

Cada día, 1.500 millones de niños y jóvenes en todo el mundo acuden a edificios que se llaman escuelas o colegios. Y allí pasan largas horas en salones donde algunos adultos tratan de enseñarles a leer, a escribir, matemáticas, ciencias y más. Esto cuesta el 5% de todo lo que produce la economía mundial en un año.

Una gran parte de este dinero se pierde. Y un costo aun mayor es el tiempo que desperdician esos 1.500 millones de estudiantes que aprenden poco o nada que les vaya a ser útil para moverse eficazmente en el mundo de hoy. Los esfuerzos que hace la humanidad para educar a sus niños son titánicos y sus resultados patéticos.

En Kenia, Tanzania y Uganda, el 75% de los alumnos de tercer grado no sabe leer una frase tan sencilla como “El perro se llama Fido”. En la India rural, el 50% de los alumnos de quinto grado no puede restar números de dos dígitos, como 46-17. Brasil ha logrado mejorar las habilidades de los estudiantes de 15 años, pero al actual ritmo de avance le llevará 75 años alcanzar la puntuación promedio en matemáticas de los alumnos de los países ricos; en lectura, les llevará más de 260 años. Estos y muchos otros datos igual de desalentadores están en el “Informe sobre el desarrollo mundial” del Banco Mundial.

El mensaje central del informe es que escolarización no es lo mismo que aprendizaje. En otras palabras, ir al colegio no quiere decir que ese estudiante haya aprendido mucho.

—Razones del fracaso—

La buena noticia es que los progresos en escolarización han sido enormes. Entre 1950 y 2010, el número de años de escolaridad completados por un adulto promedio en los países de menores ingresos se triplicó. En el 2008, esos países estaban incorporando a sus niños a la educación primaria a la misma velocidad que las naciones de mayores ingresos. No se trata de que niños y adolescente no puedan ir a la escuela, el problema es que, una vez llegados allí, no aprenden. Más que una crisis de educación, lo que hay es una crisis de aprendizaje.

El Banco Mundial enfatiza otros dos mensajes: uno es que la escolarización sin aprendizaje no es solo una oportunidad perdida, sino también una gran injusticia. Los más pobres son quienes más sufren las consecuencias de la baja eficacia del sistema educativo.

El estudiante promedio más pobre tiene un peor desempeño en matemáticas y lenguaje que el 95% de los estudiantes en los países ricos. Todo esto se convierte en una diabólica maquinaria que perpetúa y aumenta la desigualdad, la cual, a su vez, es un fértil caldo de cultivo para conflictos de toda índole.

Las razones para esta bancarrota educacional van desde el hecho de que muchos de los maestros y profesores son tan ignorantes como sus estudiantes, y que sus niveles de ausentismo laboral son muy altos, hasta que los alumnos sufren de malnutrición o que no tienen libros y cuadernos. En muchos países, como México o Egipto por ejemplo, los sindicatos de trabajadores educativos son formidables obstáculos para el cambio y la corrupción en el sector es alta.

¿Qué hacer? Lo primero es medir. Por razones políticas muchos países se resisten a evaluar de manera transparente a sus estudiantes y profesores. Lo segundo es comenzar a darle más peso a la calidad de la educación. Si bien es políticamente atractivo anunciar que un alto porcentaje de los jóvenes de un país van al colegio, eso de nada sirve si la gran mayoría de ellos aprende poco. Tercero: empezar más temprano. Cuanto más mejore la educación a edades tempranas, más capaces de aprender serán los estudiantes de primaria y secundaria. Cuarto: usar la tecnología de manera selectiva y no como una solución mágica. No lo es.

Quizás el mensaje más importante es que los países de menores ingresos no están condenados a que sus jóvenes no aprendan. Corea del Sur era en 1950 un país devastado por la guerra y con altos índices de analfabetismo. Pero en solo 25 años logró crear un sistema educativo que produce algunos de los mejores estudiantes del mundo. Entre 1955 y 1975 Vietnam también sufrió un terrible conflicto. Hoy sus estudiantes de 15 años tienen el mismo rendimiento académico que los de Alemania. Sí se puede.

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